Rafael Bordao: Un poeta cubano más allá del exilio: A propósito de ‘El Polvo del torbellino’ [Antología poética]

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Rafael Bordao

Por José Alejandro Peña

Rafael Bordao es un destacado poeta cubano, cuya poesía ha dejado una huella significativa en la literatura contemporánea, más allá del contexto del exilio, más allá de los muros y encantos de las ciudades, más allá de los moldes estéticos y los encasillamientos incómodos. Nacido en 1951, La Habana Vieja, Cuba, su vida tomó un giro radical cuando, debido a circunstancias políticas y sociales adversas, se vio obligado a abandonar su tierra natal. Esta emigración marcó el inicio de un nuevo capítulo en su vida, donde la soledad, la voluntad de vivir y la exploración meticulosa del ser humano se convirtieron en ingredientes centrales de su poesía.

Establecido en nuevas tierras, Bordao enfrentó diversos desafíos que enriquecieron su perspectiva artística y su visión del mundo. Reconocido no solo por su talento literario, sino también por su compromiso con las causas sociales y políticas relacionadas con la situación de los cubanos en el extranjero, Bordao prefiere en sus poemas, un lenguaje simple, fértil, capaz de provocar profundas reflexiones acerca de la naturaleza humana.

A poco tiempo de llegar de Cuba a los Estados Unidos, su poesía empezó a publicarse y ganar reconocimiento internacional: Proyectura (1986); Acrobacia del abandono (1988). Con su libro “Propinas para la libertad” obtuvo el Premio Internacional de Poesía “Poeta en Nueva York” 1998. También obtuvo el Premio Internacional de Poesía “Fernán Esquío” (Galicia, España, 1998). Su trabajo ha sido un vínculo entre la tradición poética cubana y el contexto contemporáneo, atrayendo tanto a lectores como a críticos. Su poesía ha sido publicada en diversas revistas y antologías, consolidándolo como una figura influyente en el ámbito de la literatura en el exilio.

Su experiencia como exiliado influyó profundamente en su obra, llevando a la creación de poemas que exploran la dualidad de arraigo y desarraigo, estatismo y movimiento, centro y orilla, resaltando la idea de cuerpo y sombra, así como la presencia del mar y la ciudad. Su poesía, aparte de ser arduamente metafórica, es un cúmulo de vueltas sobre su eje, donde lo hermético y lo cotidiano configuran un decir cuidadoso y espontáneo. Su hermetismo no es ortodoxo ni convierte su poesía en un terreno intransitable y baldío, sino todo lo contrario: es un poeta de expresión fértil, diáfana, cuya palabra tiende a la plasticidad y a la esencia, sin dejar nunca de adentrarse en lo más profundo de la psicología del lector. Esto se puede ver claramente en cada uno de sus libros, parcialmente contenidos en su antología poética, ‘El polvo del torbellino’.

Veo casas que estallan de placeres
y yo me aburro de vivir tan inocente como un huevo
en este sitio demencial,
donde todo es perfecto y transitorio.

“Contraste” [Acrobacia del abandono, 1988]

Arrojado al silencio
como un ente que nadie reconoce
como una gota incógnita y escurridiza
casi en el borde del ocio
sumido en la hipnosis del idiota
sin hospicio ni hora
rotulado por una incorpórea vergüenza
al aire libre y solo
como un loco o un santo
sentado en la arisca piel del orgullo

[Acrobacia del abandono, 1988]

Su visión del hombre contemporáneo oscila entre el deseo de libertad, la agudeza simbólica, la límpidez de un lenguaje siempre lúcido y, a la vez, revelador de los secretos vínculos de la permanencia y la errancia, de la envolvente concordia de los espacios abiertos y cerrados, con un sugerente toque de punzante ironía, rareza y asombro.

En medio de coños y cañas hay una cuba de fábulas,
una nomenclatura envejeciendo
y un esqueleto de efemérides abandonado.
Hoy la lógica prefiere la redondez de un valium
y yo me sentaré a cantar
sobre un cojín de frondas
el tema de mi entelequia:
He crecido como un obelisco a fuerza de ebulliciones,
me vistieron de aniversarios y rubores
y de una condicional monomanía: hastío.

La poesía de Rafael Bordao (véase ‘El polvo del torbellino, antología poética’), se presenta como un profundo compendio de poemas bien estructurado, que abordan tanto la experiencia como la inocencia (inocencia en el sentido de estado puro de los sentimientos y de la mente), la ebullición y ansiedad ante la complejidad psico-social de la existencia humana. En cada uno de sus poemas, Bordao explora temas recurrentes, tales como la nostalgia, el sentimiento de pertenencia, la angustia frente a la pérdida, la inmediatez de lo real y la trascendencia de lo cotidiano, utilizando el exilio como una metáfora de separación no solo de la tierra natal, sino también de los lazos familiares y culturales que definen al individuo. Este enfoque emotivo permite al lector conectar con la angustia del poeta, quien transita por la dualidad de pertenecer a dos mundos en constante intermisión. Esta condición psicológica ha moldeado la voz del poeta, profundizando en el drama del hombre de nuestro tiempo con tal vigorosidad y compromiso, con tal empeño filosófico y tal soltura anímica, tal vigilancia y perplejidad autocontemplativa, que nos resulta casi envidiable la pureza e hibridez de su palabra, integradora y vital.

En su inolvidable poema “Pájaros insomnes”, de uno de sus libros más brillantes, Acrobacias del abandono, publicado en 1988, cada palabra surte un efecto emotivo, resaltando cada símbolo. En primer plano, la ciudad, luego los pájaros y su relación con el árbol, y la inquietante condición de delirio y desasiego, “los pájaros no duermen”, pues “se pasan toda la noche fermentándose”,) y así, avanzando de una palabra a otra, el poeta nos hace definitivos cómplices de un hecho que está más allá de la mera observación. Nótese también cómo el poeta introduce la palabra “esperanza” a través de otro símbolo: los perros.

En el parque de Washington Square
los pájaros no duermen.
¿Cómo podrían dormir estas aves delirantes
estas limosnas de la providencia,
sobre este étnico galope que retumba
hasta en los refugios de la muerte?

Se pasan toda la noche fermentándose
adormecidos en un perenne forcejeo
entre el equilibrio y el árbol,
y causan la atención de los perros
que les ladran su vetusta esperanza,
al verlos que caminan fallidos y mareados
justo en el borde del abismo.

[Acrobacia del abandono, 1988]

Bordao emplea una variedad de formas poéticas, utilizando versos cortos y largos, contrastantes y firmes, con imágenes y golpes de voz inolvidables, lo que otorga a su poesía un ritmo sobrio y sostenido. Esta elección estilística no solo resalta la pericia y talento con la que el poeta emplea el lenguaje, sino que también refleja su búsqueda constante de nuevas formas de expresión.

A medida que profundizamos en la lectura de su poesía, libro por libro, se puede observar una evolución en la voz poética de Bordao; sus primeros poemas tienden a plasmar cierto rasgo de melancolía, mezcla de fino humor, relacionado con hechos cotidianos que se van trascendiendo casi de forma natural. Su poema “Instrucciones para un joven poeta” no solamente es un indicativo del humor e ironía que su palabra descarga, sino también del ingenio para dar forma al detalle.

Lo primero que debe hacer
un auténtico poeta,
es lavarse bien la boca
(auto recetarse gárgaras)
y ponerse los zapatos
más estables y oscuros;
luego
echar andar por el planeta
tomando el pulso de cada cosa,
escudriñando toda respiración
auscultando el sonido de las emociones
y llevar siempre consigo una lupa
como el más eficaz amuleto
contra espíritus sospechosos
después
cantar, sí cantar (y no muy alto)
no sea que se ofenda algún pájaro
soñoliento en una rama
y comience a graznar sobre tu cabeza.

[Proyectura, 1986]

Las costuras y texturas de los recursos expresivos ayudan a visualizar la extraña realidad poética que el poeta nos presenta, extraña porque ágilmente se convierte, gracias a su imaginación y agudeza lírica, en algo más que cronología o documento histórico.

En composiciones posteriores, el poeta empieza a vislumbrar un sentido más profundo de condensación y plasticidad, exploración rítmica, que implica amplitud de la consciencia ante lo que se espera o se desecha, lo formal de la línea recta (rigor y equilibrio). Su poema “Testimonio de un ahogado” es especialmente significativo, tanto por su estructura como por su simbología:

Esos peces que no van ni vienen
hipodérmicos de nadar en lo remoto
inexpresivos y circunspectos
de flotar en el cansancio y el disgusto
en el agua que venda sus instantes
¿serán fragmentos de cópulas celestes?

[Acrobacia del abandono, 1988]

Esta transición puede ser interpretada como un reflejo del viaje personal del autor, donde el dolor se entrelaza con el placer, la realidad con el sueño, la imaginación con la certeza de ir siempre más lejos, intuyendo algo inaprehensible, novedoso y constante como el temblor de una hoja o la transparencia del agua.

Lo diré una vez más: Rafael Bordao es una una figura esencial en la literatura cubana e hispanoamericana de los siglos XX y XXI, baste uno solo de sus poemas para confirmarlo.

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