Poemas de José Sirís

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verticalidad (1)

amor. apenas dicho, pasa. mi padre abuelos amigos, los demás. el silbido del silencio pasa, la cuchillada que marcó el derrumbe del sol en las estepas, universo del punto, embarcación donde iban secretos destinados a la burla, un pedazo de carne nadando en ciertas células, cebollín en los ojos, teatro cómico dramático de un pliegue de papel en el aire, ese yo ese otro, los recuerdos. ¡cuánto pasar! después están los temores distraídos aparentemente en la cúpula sagrada de los sueños, lugares con dos caparazones escondiendo el cofre prohibido del absurdo. ¿cómo sería todo sabiendo (que) el viento empuja un eslabón de polvo al que luego sepulta?

principios

creo. tú crees. la idea fluye casi siempre en ese acercamiento de mí con la divinidad de la certeza: (es) increiblemente majestuoso hacer lógica a partir de tantos agujeros. parece que no hay otra dinámica bajo los dígitos. todo se puede enumerar y compartir a través de esa fiebre, determinar nuestro propio arbitrio: el automóvil constreñido a llevarme al trabajo, órgano fotografiado del tiempo sobre un itinerario, mar girado hacia la penumbra en invierno, la matemática, el vapor de los sueños. vivimos este momento convencidos que sea filosofía de magnitud dorada, tubo único encauzando lo que de noble y prudente corresponde a la especie: lo innegable asiéndose de un ser hecho médula y lenguaje, levantándose como Lázaro y confirmado en las aguas calientes de seducciones numerales, negándose a lo inexacto e impracticable, nominando la integridad del néctar con embriaguez rojiza de su boca. basta convertirse en cazador de brujas para tenerlo todo a su favor, vivir el podio de las manos, la Alquimia invertida, creer siempre creer que la cáscara contiene la existencia, el goce, profundidad sin más estiramiento, designio hecho carne y sufijo, el aleph. la certeza analgésico contra esa miseria de los gnomos (hace crecer el signo) de una parte sola, derrumba esas plagas del arte, los límites (mientras) la sombra observa inexorablemente sin estupor

ilustración

la casa hace posible que la mosca sea insecto fastidioso (y) los demás (solo) animales. con ella se pudo desmoronar la casualidad recolectiva del hombre, verticalizado solar a mediodía, vacío presentándose como libre albedrío en el espacio. (así) creció el ser adueñándose del universo con gran precosidad, creando ídolos para que la entropía fuese burbuja, tiempo fosilizado, rechazos de migajas en el espejo, adoración a las aves que marchan y regresan como si no hubiesen partido

otro día de polvo

arrepentirse después de haber roto el florero o posar lengua sobre conversaciones derretidas. ocurre. puede ocurrir. el fracaso está siempre al acecho como punta de insecto o taladro endiablado, aldaba que no puede seguir impidiendo la entrada (y) desmorona, descomposición sin dónde ni cuándo definido. sucede. el azar goterea en silencio y repentinamente presenta su odiosa joroba, elipse sujeta al albedrío de la tarde. fibras interiores del humor cambian tonalidades y te trastornan, cunde el fiasco (y) (el rumbo podría ser) aquel del Hades

destinación sin dónde

se dice “me marcho” suponiendo una llegada en cualquier intersticio de la mente (porque) un alejarse queda allí en esa idea necesaria a un ciclo (cada vez que fluir y extinguirse) arrojan una especie de dado. quizás navegue el destino (largo un codo) en esta lógica, pero aparecer y desaparecer no dejan siquiera indicio milimétrico. (es) solo instante contrapuesto a otro instante en la memoria (y) partir podría ser la aventura de llegar o quedarse como ordenado elemento esperando un viento sin timón

salida hacia uno mismo

de algún modo deseamos poseer la imagen de Napoleón en su caballo, sacar el personaje de un sombrero y ponerlo en cualquier bocanada de un destello o escena del profeta Mandrake, no descuidar siquiera ese talón de Aquiles. poseer poquito de luna en un cerrojo (lo queremos), llamarada en la voz, un marfil. ¿cuánto daría un ser para desmembrar un árbol en el espíritu?

amanecer domingo

el alba atormentada ante el inquieto gruñido de la sombra (hoy) no ha cambiado lugar en esas campanas de la iglesia pidiendo a borbotones piedad para su asfixia. (tampoco). rumores o marcapasos locos quizás por algunos tambores del alcohol. cerrada la discoteca “Ramarro” (ebriedad y desenfreno de una noche de juergas) se presentan más o menos a las seis: la clientela teje duendecillos de lógica imposible al lado de mi casa, automóviles sin pestañeos pasan ardiendo la calle Franco Zorzi. ahí ruedo (en esas latitudes de hojalatas calientes) una mierda de calma, toneladas de sueños inenarrables, ojos contraídos (impidiendo) ese pasar de objetos a la existencia. (hoy) debí reconocer el regazo de la cama, subrayar el sol derretido en mis ventanas, sentirme desenvuelto en la ociosidad presunta, esplendoroso. (empero). cabalgo rabia permanente de un toro, aguarrás por toda parte, palabras con espanto, inquietudes con desniveles en mi pecho, discernimientos quebrados de cabeza. el domingo consagrado al descanso (coloca) piedras en los abrevaderos de mi psique, ruidos sobre mi conciencia en picada. este día fluido (concatenado) vociferando sus corotos más sucios (traslada) cualquier serenidad al infierno. ¿cómo enajenar siquiera sutiles maremotos de aire, rescatarme de estas fístulas del tiempo? (resistir) ha abierto pasos de cegueta en mi oído (y) (he quedado) en esa voluntad sin riendas de la espada

pajizo denso

caen hojas color tristeza bajo cielo dictado por Van Gogh en este ambiente amarillo del reloj: permanente imperio del ocaso sin hueco de sosiego ni loco bemol sobre un tambor. ¿quién sobrevive a esta negación cromática sin brillo siquiera de metal, torbellino callando cada mechón distinto? su pastosa unidad tirándose de bruces en cada átomo de tiempo (acaba siendo) morada sensitiva en el entorno (y) hay palos secos cediendo ante el quebranto, insectos interpretados por sus mímesis, árboles calvos detenidos en la dureza de sus huesos, trizas de senderos, caídas (una encima de otra) como revoloteado atropello interior. (es) podredumbre definitiva de lo verde recorriendo un espinazo hasta morir cansado en la deriva (desvencijado) como quemadura tras el fuego. esos complicados suburbios de la espera ensombrecen sobre un simple ejercicio del pasar (y) las hojas (ahítas de perecer continuamente) se ciñen a la tierra como elástico hecho migas. (y) (sé que estoy pasando) ese arrojado desperdicio sujeto a su junción, derrotado, comiendo sus entrañas a disgustos, ejerciendo el derecho a mis lamentos. (es) mundo empeñado en destrucciones y represalias dentro normas llamadas naturales, hojas entrecruzándose cada vez que decides vivir por cuenta propia, desperdicios desmantelando estructura de un duende necesario, otoño danzando ineludible bajo el cielo

perplejidad

dicen que debo sacar el optimismo del féretro inmortal, componer un tisón de plumas blanquesinas, sonreír a carcajadas en el panteón de las desilusiones, orinar el existencialismo vivido día a día en la trinchera. pueden decirlo para hacerme calcar mi retrato en el abismo o penetrarme a través de lógicas que no quiero escuchar, definir a Apolo desarrollando culto en el panteón sagrado de la certidumbre o amar a Dionisio en sus extremados timbres. quieren saber quién soy (y) no lo digo, desmembrar cada pasión llevada en mis secretos. dicen que debo sacar el optimismo del féretro inmortal (y) dejo sobre la mesa un juego de barajas (alejándome)

revuelos de sonidos

de norte a sur y de sur a norte jaurías de viento en cada ámbito de piel dejan caer incalculable frío, navajazos ocluyendo el corazón caliente de la sangre. ese correr de furias en este angosto valle que lo encierra (nos deja) sin otra posibilidad que desaparecer entre vestidos: (así) pretende el cuerpo quitarse su materia erosiva, encogiéndose, bajando por un timbre nefasto de la voz, resollando blanco polvo. las ciudades olvidan su poquito de brillo, el ambiente se viste de sensación extraña (y) (todo es) del logos al mito

Biografía de José Sirís

José Sirís. San Fco. de Macorís (1959), lic. filosofía y letras (1988) Universidad Autónoma de Santo Domingo.  Dirigió el taller literario César Vallejo de esa institución académica. Sus libros fueron publicados vacacionando en su país natal (luego haber partido por casi tres decenios y medio) a Suiza, Europa.

Libros publicados (poesía):

Relevancia de Nexos (1992), Crónica de los pasos a través de la vuelta (1995), Confines y nostalgias (2020), segunda ed., Sur del otoño (2024).

Ha sido antologado: “Al filo del agua XX años de poesía dominicana” (2000) Miguel Antonio Jiménez, “Las pelucas delirantes” (2006) José Alejandro Peña, “Archipiélago inverosímil: Antología de poetas dominicanos en Europa” (2021).

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