Manuel García Cartagena, conocido también como G.C. Manuel (7 de abril, 1961, Santo Domingo, República Dominicana), es uno de los poetas más íntegros y originales, no solamente de su país, sino también de toda Hispanoamerica. En 1981, con apenas veinte años, publicó su primer libro, Mar abierto, el cual, como declara su título, fluye con un ritmo de tempestad marina, ahondando en lo más insondable del ser humano.
Es un poeta que, como Rimbaud, ha sabido apartarse de dos grandes males: el ser, en sus poemas, explicativo o descriptivo y pretender usar la poesía como pretexto y medio pedagógico como ha ocurrido con poetas como Hesíodo (Los trabajos y los días) y Nicandro de Colofón (Remedios contra los venenos de los animales o Teríacas), entre muchos otros. En cambio, en sus poemas, lejos de convencionalismos y catecismos ortodoxos, lejos de sentimentalismos patrioteros o romanticistas, es dueño de una rica y variada simbología, utilizando un sinúmero de recursos estilísticos, entre los que podremos notar la aliteración, el oxímoron, la paradoja, la metonimia, la metáfora, el elipsis, la onomatopeya, la personificación, el símil, etcétera.
Es un poeta que ha sabido romper con tabúes (algo infrecuente entre nuestros poetas), dotando sus poemas de cierta violencia natural, ironiza, juega, y expresa con libertad un pensamiento limpio —y, si se quiere, absurdo— llevado siempre al límite de lo imaginario. —José Alejandro Peña
Poemas de G.C. Manuel (Manuel García Cartagena)
De Manicomio de papel: poemas malos (1982)
Centro del mandala
Alabado sea tu hoyo,
Cosa que vive,
Grande es el humo que no me llega,
Todo lo que te late me palpita y tumba
Armándome vencedor de los quicios rotos.
He aquí tu himen, amada muerte,
Por él maté a las últimas
Manos que me saludaban.
Alto como el mejor asesino,
Mentí mi vida mientras el mundo
Me veía crecer y hacerme.
Ahora en tu boca pasto y bufo,
Duermen los buitres que merodean mi lengua,
No hay desiertos tan dulces
Como tu cueva.
Funda mental
La carcasa de este cuerpo se ríe a carcajadas
(De mí, supongo. ¿O será de ella misma?)
Ancha me duele la tarde: debe estar haciendo un mar
Terrible en alguna parte.
Puedo olerlo.
Hay globos azules entre mi espalda y mis pasos,
Mira:
Donde se duermen las líneas puse ayer un olvido.
Hacía lluvia y había truenos sentados en las aceras
De aquella calle.
La carcasa de mi cuerpo se está llenando de lágrimas,
(Y no es por mí, supongo. ¿o sí? ¿quién sabe?)
De Manólogos (1980-1988)
Postal
¿Por qué río, porquería,
Embarre de mujer, por qué me burlo de tu olvido?
¿Por qué se me rompe en mil la cara de la risa,
En un cua-cuá siniestro y despiadado,
Si aún te tengo atornillada a mí,
Tetónica, tetánica,
Si todavía globulizo estas caricias
Cocinándome contigo en nuestros sudores,
Oh ensopada?
¿Por qué aglutino el glap-glap sin glosas de mis dientes
Si tu lengua aun me tiembla como un pescado
Fresca y húmeda junto a mi lengua,
Si esta postal ya fue enviada al horno
Sin remitente
Y sin embargo?
Carta ajena
Mirada ruidosa:
Toda la casa se pone a gritar cada vez que te vas; las puertas se despeinan y me dejan solo, crecido de hierbas eléctricas y vasos en los que nunca dormiste.
Y es que cuando te pones a danzar sobre mí como algo que se arroja con fuerza, hablándome del futuro y mintiendo como una gata, todas esas cosas que el tiempo me ha puesto cerca se ponen a crujir de placer entre nosotros.
Ahora, por ejemplo, hay sombras en la pared y frío en las alcobas, pues no estás a mi lado, y hay prisa en estos muebles solitarios que se destrozan a sí mismos como los dados de la alegría.
Y una a una van volviendo tus miradas,
cayendo sobre mí,
aplastándome con su peso…
De Decir, hacer, poder (2015)
Mierda
Si no me viste ser, fue porque no quisiste.
Yo siempre fui yo, a pesar de ti.
A tu lado yo estuve cuando de mí te burlaste.
En tu moneda pagué el precio que me pediste.
Fui tu vecino, tu colega, tu cliente.
Caminé por tus calles, en tus fiestas bailé.
Tus problemas soporté hasta que recordé
Que la lluvia nunca lava lo que está cerrado;
Que el sol no brilla sobre aquello que se oculta,
Y que la mierda no alimenta
Por más que alguien se la coma.
Duro es recibir silencio por respuesta.
Callar es el recurso de quienes esperan
Ser sabios cuando ya no hace falta serlo.
¿Fui yo porque me dejaste ser, o porque no pudiste
Impedir que mi nada tuviera mi estatura?
Y ahora que tus dientes solo muerden tu vacío,
Tu ánfora rota, tu díscolo pretexto para reinventar
Esa aurora que ya nunca volverá a ser la tuya,
¿Cuánto tiempo crees que durará tu reinado, oh mierda?
Así como es la fuerza lo que vence al poder,
Solo el ser derrota a la mierda.
Así fue, así pasó
Oh mi negra que tienes el color del cielo,
Yo te vi primero:
Envuelta en tu pelo como una pistola en su funda;
Los ojos encendidos como un semáforo dominicano;
Los labios chorreando prisa por todas partes;
Tus tantálicas tetas tentadoras apuntando hacia mil desastres…
Comencé a llamarte:
Mi bienmesabes, mi alegría, mi pedacito de chocochoco tibio…
Te llamaba por teléfono tan solo para decirte
Que soñaba con que un día te convirtieras
En la excusa perfecta para que se me dañara el carro
Un viernes, a las seis de la tarde…
Un día quisiste verme:
La presencia imposible;
La continencia silenciosa, pero terrible;
Concentrado como un rayo dormido
Sobre dos nadas entre dos suspiros…
Otro día me viste:
Los pasos de pterodáctilo en tierra;
Los brazos como lianas que colgaban para nadie;
La frente despoblada de sueños;
La mirada perdida donde nadie se reflejaba…
Al tercer día,
Resucité de entre los muertos, y entonces…
Entonces, dejamos de soñarnos.
De Los trabajos de la nada (2017)
Monólogo del figurante
En el Caribe, las confesiones no resisten las mareas bajas.
Uno se va alejando lentamente, como un silbido
De sereno, mientras la bicicleta de los días
Cruza las piernas sobre la acera. Cada paso que damos
Nos coloca más cerca del acantilado, y una bandada
De letras n nos caga encima, como gaviotas,
Algo que se parece más a la mierda que a una sospecha.
Bajo este cielo caribeño que ya es casi un financielo
Y este sol tan empeñado en ser el rubio de esa película
En la que todos somos extras de nuestras propias vidas,
Llega un punto en que lo único que te salvan son las rayas,
A las que luego tendrás que ponerles punto, por supuesto.
Y la película sigue como si fuera otra cosa,
Y si dejas de verla un día, después no entiendes nada,
Total, se vive a la roca, y los diálogos resultan
Cada vez más escasos, y cuando llueve,
Hay que olvidarlo todo:
La música, los bancos, el orden y el trabajo,
El amor
Y la muerte.
Por el cielo caribeño no ha pasado nunca un ángel:
Ni siquiera su nave nube, redomado nabo caliginoso.
Lo más brillante que jamás ha volado por aquí
Es un cocuyo, primo criollo de las luciérnagas.
Y sin ángeles que vuelen, como diría Swedenborg,
No es posible la filosofía. Bajo el cielo del Caribe
No hay lugar para la ontología: una cosa aquí nunca es
Lo que es, y aquello que realmente es algo,
Solamente lo es porque en verdad es otra cosa.
En ese sentido, todo lo caribeño es como los poemas,
Los cuales,
Como se sabe, solamente son poemas
Si no pueden ser otra cosa.
Nos lo pusieron en chino
…la casa, ese espejo para pecar después.
Eduardo Espina
Por detrás, como si no importara nada
El detalle de cierto faux-cul pseudoliterato,
Tanto más invencible cuanto más prosaico,
Mi spinoziana amiga, sin parar mientes
En lo que se cocina en ese jet que ahora pasa
Por encima de nosotros, como Dios
Cuando se va de vacaciones: y si tienes prisa,
Ahí está la maquinita de arreglar destinos
Si todo fuera tan fácil como mear un opus
Y luego irse a ver qué es lo que crece
(en el séptimo día, dicen, reparten galletitas)
Bastaría con saber cuál de sus cromosomas
Es el que trae una sospecha bajo el brazo:
Cuestión de audacias tercas, para apostar
Por aquello que no saldrá en los almanaques:
La estampa lúcida, la líquida sorpresa,
La tajada exquisita que solo saben apreciar
Aquellos que la sudan como corresponde
Ahora, sin embargo, ya se sabe que, por mucha
Que sea la fe, será siempre poca la abundancia
Si acaso llegan a instalarse como lo anuncian,
Y si dejamos que lleguen, como colmenas,
Y que pasen veinte años como una condena,
Sin que nadie sepa nunca de dónde salió de pronto
Tanto escorbruto junto, tanto improvisado tonto.
Toneladas de lo mismo aguardan hoy en el muelle:
Este presente no es más que un pasado contumaz
Si se puede falsificar, ¿quién va a querer producirlo?
¿Y si fuese por delante, como en el cinematógrafo?
Vivir con sus sueños tan cerca que casi da pena
Tocarlos; despertarse ¿sí? Para nada:
Ya ni siquiera es lo mismo: ahora los días salen todos juntos
Como en ramillete: seguramente esta asana
No durará una semana: la culpa, dirán, es de las ciguas
Y sus palmeras terribles: podrán decir que es cerveza
Lo que le falta a esta vida ¿quién puso más?
¿quién lo duda?
De El pubis de Astarté (2019)
Del libro uno: La amante escita
Es la antigua Escitia la perdida patria de los sueños.
Tan tatuada que ni de perfil sabrías dónde queda su frente,
Se aproxima a ti de noche como una brisa y sientes
Su cuerpo hecho renadío que retoña en ti como un recuerdo.
Los sueños no tienen sexo o tienen todos los sexos.
Brotan como la bifronte hembrota; mechan como los machos
Su propia carne de sueños suyos con carne de sueños ajenos,
Enhebrándose en la bramante hembra amante
O cayendo de canto como moneda de cobre.
Los sueños son ardientes velones sin mazarota:
Son nuestros cuerpos vasos de una cera que se agota.
Espermas que dialogan en la lengua de los solitarios
Hecha de extrañas sílabas y de súbitos esputos.
Tiene mi amada escita carne de sueños secos,
Mas, cuando me abraza exuda su más sesuda mollera,
Me absorbe, sí, furiosamente, tanto que con mi cuerpo
Secaría el mundo si la dejara hacer.
Quiere mi amada escita
Probar mi sangre en mi propia calavera,
Mas con mi vara mido el avance del desencanto:
Planeo, como una hoja, por sobre todo deseo,
Hay un buey que parpadea y es como otro
Sol que bufa.
Velo por los siete velos de mi deliciosa escita: desleo
Sus bellas túnicas en vinagre de cerezas.
De noche unto su piel
Con aceite de palmera egipcia y la dejo reposar hasta el alba.
Entonces celebro en su cuerpo mi más rígida ceremonia:
Recapitulo antiguas decapitaciones de bárbaros capitostes,
Excomulgo a quienes usurpan voz y voto a sus anchas,
Me zambullo en la indiferencia que me protege del desastre
Y finalmente, como una espada secreta,
Me hundo en su cuerpo
Hasta el final de mis sueños.
Renazco entonces como un bajel que sale a flote
En medio del océano
Después de varios siglos de andanzas submarinas,
Más completo que un día de pago
Y más letal que la alegría de los verdugos.
Materia de mar
Ni Afrodita, ni Astarté, ni Ishtar
Conocieron nunca el mar.
Las piedras secas, el mar:
Cicatrices tan lejanas.
Las dunas viajeras, el mar:
Heridas del sol en la tierra.
Ni Afrodita, ni Astarté, ni Ishtar
Conocieron nunca el mar.
Desnuda de oleajes tristes
La distancia se envilece.
Cementerio de sueños, el mar,
Donde se pierden los meses.
¿Será porque ellas son diosas
Que son tan contradictorias?
Si son del mar no navegan:
Son muy frías las del fuego;
Las de la tierra no posan
Sus pies muy cerca del suelo,
Y las del aire no alzan,
Por más que ansíen, el vuelo.
Ni Afrodita, ni Astarté, ni Ishtar
Conocieron nunca el mar.
Se apaga el sol y en la noche
Resplandece la luz de la luna
Sobre el mar.
Solitaria, la voz de la diosa
Aprende en la noche a nadar.
Con millones de peces, el mar,
Y un único sueño
Para contar.
Ni Afrodita, ni Astarté, ni Ishtar
Conocieron nunca el mar.
¿Qué le pones a la leche de tus tetas, oh mar,
Qué sal macabra se alza en tu mirada?
¡Qué de brincos pega el alma al verte!
¿Qué insensato rastro de viejos olvidos
Vierte tu cercanía?
Es el mar una mujer que nunca regresará:
Certera como una puñalada de luz
Para los ojos que la extrañan.
¿De qué diosa es cadáver el mar,
Y quién la mató tan bien
Que no tuvo que enterrarla?
Es el mar esa mujer
Que murió mientras soñaba.
Muerta de mar debe estar Ahora y en la hora de amar.
De Sombra tú, tatuada de luz (2023)
Diversa, mi sombra tú
Y en la calle Santomé (sombra tú),
Tatuada de luz apenas, la noche,
Como un temblor exacto,
Se llena de presagios y de olores
Que te retratan.
Una filosofía de aguaceros lúcidos
Se va estrechando entre dos aceras:
Los pasos, ven a ver, se transparentan:
En tiempos de mejor ver,
De esos que fluyen ahora
Por las escorrentías.
¿De qué sirve el universo, sombra tú,
Si es en lo diverso
Donde el uno y la una caben
En su unión más diáfana?
Mejor desparramados que olvidados,
Incluso más palmera que zaguán
O más noche oscura en Ciudad Nueva.
Pregúntales por esas páginas
Donde se nombra a la vida
Y emperrados, sí, y orejeando,
Se bailan a secas, como tragos
Quemándose ayer.
O siempre lobos,
Como zafios deseos que se zafan,
Como lunas desdosificadas,
Como principios que no cuentan,
Como sombras impares.
Y luego se desentierran
(¿Sombra tú?, preguntan)
La culpa y su raíz.
Cierto: desenterrarse
Es más acción que estado:
Perpetuidad de lo que surge
Sin llegar nunca a brotar.
La forma de la culpa
Expone su sentido.
Diversa es la emoción
Que siempre cabalga a ciegas:
Latiendo al caer la tarde,
O saliendo recién bañada,
Sombra tú, vestida de luz,
A poblar esta ciudad.
Para las dueñas de la poesía
Esta es para que luego,
Las dueñas de la Poesía
Salgan a pinchar cabezas
Con lenguas de mime,
Esas que sólo sirven
Para amarrar perros
Con lánguidas longanizas
A orillas del Atlántico,
Como quien desayuna sopas
De pasos muertos
Y años esperando
Que alguien venga con la lluvia.
¡Mejor párense en octubre!, les dije,
No será en este mes
Cuando se agote su ruindad.
Verán pasar diez años
Antes de que merme su imperio,
Y quebradas, evisceradas,
Ríspidas y calimochas
Las sorprenderá la madrugada
Entre dos copas de vino.
Mis palabras eran entonces
Más frágiles que mi risa,
Y por eso ningún banco
Quiso apoyar mi emprendimiento.
Esta otra es para que las orine
Una salamanqueja de esas
Que, pobres y sin seguro,
Brotan solas a mitad de un sueño
Sin conocer ni su nombre ni su precio.
Como todas las emociones nuevas,
Luego parpadean,
Arrepentidas y recién desenterradas
Sobre un chaise longue,
En Punta Cana o Las Terrenas,
Y luego cantan, qué va,
O se producen como un milagro
En mitad de la noche,
O se van a bajar tragos
En Point-à-Pitre o en La Vega.
Las dueñas de la Poesía
Son como esas carretas
Que arrastran rayos tan viejos que ya no caen,
O como esas ideas raras que la gente desprecia
Incluso antes de haberlas pensado,
Simplemente porque las creen inútiles,
Como cartas ajenas o barcos cojos.
¡Pero eso sí, mejor corran, vengan a verlas!
Las dueñas de la poesía están vendiéndolo todo.
Se rifan a gritos lentos tu futuro y el mío,
Y luego se agachan para que parezca obra de Dios.
Ah, pero eso sí, les dije:
Caminen despacio por estas letras,
No sea cosa que despierten
Algún deseo ajeno: nunca se sabe qué adjetivo
Disimula a ese alacrán
Sintomático como un pésame
Al que uno quisiera disolver en café
O en baba de golondrina.
Guárdense también
De la ilusión que chorrea símbolos
Sobre este poema que se los tragará a ustedes,
Pues, dando y dando, a señoritas cagando,
Pajaritos les mando con el pito soplando.
Y a esos otros que son casi como ustedes,
Les digo:
No olviden soplarse el suyo, papisos de peomas,
Lánguidos arciprestes recién descuchitrilizados,
Aspirantes perpetuos a imberbes presidentes
De la república de los mocos. Agárrenme esto aquí,
Les grité, pero ninguno me hizo caso:
Prefirieron ir a ordeñar su leche de mafa
Para luego amamantar las ladillas de su fama
Mientras, al pie de la página cantaban
Las dueñas de la poesía: ¡que llueva,
Que llueva, virgen de la cueva!
Trepadas sobre las liendres de sentidos errados
Que brotaban por cada uno de sus orificios,
Y vete a ver si con polvos de piperonilo en butóxido
Se ganaban otro premio, o las mataban de risa.
Esta es para que, ahora, las dueñas de la poesía,
Abandonen ese tatuaje que todavía las aprisiona,
Y se tornen como este aire: ubicuo y contaminado,
Un aire que hará la magia de los últimos días,
Cuando nadie tenga ya que dar un brinco para ser,
Pues ya no habrá ser, ni brinco, ni nada.
¿Será entonces la magia del ser y estar
Eso que les hará pensar que la poesía será suya?
¿O sencillamente se correrán sobre sábanas sucias
E irán a limpiarse sobre sus pobres cuadernos?
Este poema se hizo por encargo de algo eterno.
De haber sido por mí, nunca se habría escrito.
Habría seguido de largo en mi Masseratti rojo
Para sólo detenerme en el olvido más próximo
El tiempo en que su luz cambiara a verde.
De Los cantos de la ceniza (2024)
Cenicero genital
Dije tinieblas como quien
Habla de un dios difícilmente
Atento con su pie de cobre
Y su ojo de cobre que acecha
A los eternos sobradores del gas
Del odio, esos que tienen sentidos
Como sentinas, tristes sombras
Capaces de dividir la misma luz
En clases sociales, gusanos,
Liendres, ladillas que trituran
En sus ojos cien tranquilidades
Ajenas por segundo y trágicos
Sapos efervescentes, y lápidas
Capaces de traicionar a cualquiera
Por una mención de mármol.
Dije estruendo como para incompletar
Este vacío que ya no cabe en su propio.
Hígado. Un único pie rebota en el aire
Del que luego brota la máquina
De hacerse tarde y el silencio
Se pone de pronto a nevar oscuridad.
Dije temblor y parió el esqueleto
Su rata cadavérica y cargada
De sonidos como el sexo de los miedos.
Este suelo nos gelatina. Nos huesea.
Nos hace no con un dudoso
Dedo montañoso que desoculta
Digitales intenciones. Si el presente
Nos desmira, hay que tostarse
Antes de ver cómo se concavan
Las alcancías donde guardamos
Nuestros absolutos más íntimos.
Dije leguas de sueños tiburoneando
Su ven a ver, su sal ahora con sopa incluida,
Y tanto espanto estilo se acabó,
Y sobre todo trajes para dejar de verse
Hechos con largas tiras de piel de espejos
Que se deshilachan y dan ganas
De decir algo que no tenga
Sabor a espuma de relámpagos.
Dije escorpión como quien exhibe
Un imposible genital inconcluso
Y verdemente sábado, entregado
A los abismos que entremesan
Noches y vacíos disolutos,
Puertos de donde nadie parte
Y a donde sólo regresa el viento.
Cenizas de mar
No ver al mar buscar algo agachada en la oficina.
No ver al mar afeitarse sus piernas.
No ver al mar sentarse sobre el inodoro.
No ver al mar rascarse la axila izquierda.
No ver al mar meter su mano bajo la braga.
No ver al mar besar, mamar, chupar, bizquear.
No ver al mar bajar y subir, subir y bajar.
No ver al mar en cuatro a eso de las cuatro.
No ver al mar bebérsela toda y pedir más.
No ver al mar a punto de venirse sin ver el mar.
No ver al mar desde la universidad hasta el mar.
No ver al mar tomar un teléfono para llorar.
No ver al mar llamar al mar maldito mar.
No ver al mar marearse al cuarto mes y vomitar.
No ver al mar subir con cólicos una escalera.
No ver al mar romper fuente y hacer aguas
En la sala.
No ver al mar pedirle al mar que entre el mar.
No ver al mar salir en Uber hasta el hospital.
No ver al mar abrir las piernas
Para que salga el mar.
No ver al mar.
No ver al mar.
No ver al mar.
No ver al mar diez años, quince años,
Treinta y tres años
Y sólo entonces comprender
Que ya no hay mar,
Y que no es igual el mar que fue
Al mar que ahora no es,
Aunque ambos estén ausentes
En la hora de marear.
Hizo el mar a todas las cosas que ahora son
Y todas las cosas hicieron
Aquel mar que ya no es:
Agua a la que el agua quema
Con una luz prestada,
Destellos o celajes, ahogadas pistas
De antiguas miradas
Que ahora se hunden cuando el fuego las abrasa
Llenando de cenizas este mar
Que ya no es mar ni nada.
Un mar como los de la Luna, pero sobre la Tierra.
En el que peces astronautas
Excavan naderías en un agua ausente.
Un mar como el del sueño
En el que sí valga la pena
Ahogarse para siempre en un mar como otro mar,
Otro mar cuyas olas se puedan acariciar
Como si fueran el lomo de un gato de mar.
Había una vez un mar
Que nunca fue a ver el mar:
Mar enésimo e incógnito como el que más.
Mar más lelo que el mismo mar,
Y paralelo a ese otro mar
Que es más bravo que muchacha con celos,
De esas que no perdonan que les hagan a ellas
Lo mismo que hace el mar, que viene y se va.
Y así de indeciso como es el mar,
Quemarlo todo
Y después lanzarse al mar.
G.C. Manuel (Manuel García Cartagena) escribe, pero en esta época eso ya casi no es noticia. Escribe novelas en silencio, es decir, sin hacer ruido, para no molestar a nadie. En los años en que se ganaba la vida como profesor (o sea, durante las últimas dos décadas del siglo pasado), escribió cientos de páginas de ensayos y alguna que otra pieza de teatro que, en lo que va del siglo XXI, ya han comenzado a disputarse con el olvido un discreto lugar entre las leyendas. Muy pocos lectores contemporáneos saben, sin embargo, que G.C. Manuel no ha dejado nunca de escribir poemas, aunque no se le suela ver alimentando el público narcisismo contemporáneo. “Tú lo que eres es un poeta”, le ha dicho recientemente el Inefable como quien insulta, porque, claro, en la actualidad, ser poeta equivale a ser poco menos que una sombra más. Y precisamente, Sombra tú, tatuada de luz (2023) es el título de uno de los libros de poemas de G.C. Manuel. Aparte de este, ha publicado los libros siguientes: Mar abierto (1981); Poemas malos (1981); Manicomio de papel: El botiquín de humo (1984), Palabra (Premio Siboney de Poesía de 1984, 1985); Los habitantes (1985); Manicomio de papel (edición integral) (2015); Decir, hacer, poder (2016); Los trabajos de la nada (2017). El pubis de Astarté (2019, SD), Todo era mentira (y todavía lo es): poesía 1981-2022 (2023). Su libro más reciente se titula Los cantos de la ceniza (2024). Todos sus títulos están disponibles en Amazon.com