G.C. Manuel (Manuel García Cartagena)

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Manuel García Cartagena, conocido también como G.C. Manuel (7 de abril, 1961, Santo Domingo, República Dominicana), es uno de los poetas más íntegros y originales, no solamente de su país, sino también de toda Hispanoamerica. En 1981, con apenas veinte años, publicó su primer libro, Mar abierto, el cual, como declara su título, fluye con un ritmo de tempestad marina, ahondando en lo más insondable del ser humano.

De Manicomio de papel: poemas malos (1982)

Centro del mandala

Alabado sea tu hoyo,

Cosa que vive,

Grande es el humo que no me llega,

Todo lo que te late me palpita y tumba

Armándome vencedor de los quicios rotos.

He aquí tu himen, amada muerte,

Por él maté a las últimas

Manos que me saludaban.

Alto como el mejor asesino,

Mentí mi vida mientras el mundo

Me veía crecer y hacerme.

Ahora en tu boca pasto y bufo,

Duermen los buitres que merodean mi lengua,

No hay desiertos tan dulces

Como tu cueva.

Funda mental

La carcasa de este cuerpo se ríe a carcajadas

(De mí, supongo. ¿O será de ella misma?)

Ancha me duele la tarde: debe estar haciendo un mar

Terrible en alguna parte.

Puedo olerlo.

Hay globos azules entre mi espalda y mis pasos,

Mira:

Donde se duermen las líneas puse ayer un olvido.

Hacía lluvia y había truenos sentados en las aceras

De aquella calle.

La carcasa de mi cuerpo se está llenando de lágrimas,

(Y no es por mí, supongo. ¿o sí? ¿quién sabe?)

De Manólogos (1980-1988)

Postal

¿Por qué río, porquería,

Embarre de mujer, por qué me burlo de tu olvido?

¿Por qué se me rompe en mil la cara de la risa,

En un cua-cuá siniestro y despiadado,

Si aún te tengo atornillada a mí,

Tetónica, tetánica,

Si todavía globulizo estas caricias

Cocinándome contigo en nuestros sudores,

Oh ensopada?

¿Por qué aglutino el glap-glap sin glosas de mis dientes

Si tu lengua aun me tiembla como un pescado

Fresca y húmeda junto a mi lengua,

Si esta postal ya fue enviada al horno

Sin remitente

Y sin embargo?

Carta ajena

Mirada ruidosa:

Toda la casa se pone a gritar cada vez que te vas; las puertas se despeinan y me dejan solo, crecido de hierbas eléctricas y vasos en los que nunca dormiste.

Y es que cuando te pones a danzar sobre mí como algo que se arroja con fuerza, hablándome del futuro y mintiendo como una gata, todas esas cosas que el tiempo me ha puesto cerca se ponen a crujir de placer entre nosotros.

Ahora, por ejemplo, hay sombras en la pared y frío en las alcobas, pues no estás a mi lado, y hay prisa en estos muebles solitarios que se destrozan a sí mismos como los dados de la alegría.

Y una a una van volviendo tus miradas,

cayendo sobre mí,

aplastándome con su peso…

De Decir, hacer, poder (2015)

Mierda

Si no me viste ser, fue porque no quisiste.

Yo siempre fui yo, a pesar de ti.

A tu lado yo estuve cuando de mí te burlaste.

En tu moneda pagué el precio que me pediste.

Fui tu vecino, tu colega, tu cliente.

Caminé por tus calles, en tus fiestas bailé.

Tus problemas soporté hasta que recordé

Que la lluvia nunca lava lo que está cerrado;

Que el sol no brilla sobre aquello que se oculta,

Y que la mierda no alimenta

Por más que alguien se la coma.

Duro es recibir silencio por respuesta.

Callar es el recurso de quienes esperan

Ser sabios cuando ya no hace falta serlo.

¿Fui yo porque me dejaste ser, o porque no pudiste

Impedir que mi nada tuviera mi estatura?

Y ahora que tus dientes solo muerden tu vacío,

Tu ánfora rota, tu díscolo pretexto para reinventar

Esa aurora que ya nunca volverá a ser la tuya,

¿Cuánto tiempo crees que durará tu reinado, oh mierda?

Así como es la fuerza lo que vence al poder,

Solo el ser derrota a la mierda.

Así fue, así pasó

Oh mi negra que tienes el color del cielo,

Yo te vi primero:

Envuelta en tu pelo como una pistola en su funda;

Los ojos encendidos como un semáforo dominicano;

Los labios chorreando prisa por todas partes;

Tus tantálicas tetas tentadoras apuntando hacia mil desastres…

Comencé a llamarte:

Mi bienmesabes, mi alegría, mi pedacito de chocochoco tibio…

Te llamaba por teléfono tan solo para decirte

Que soñaba con que un día te convirtieras

En la excusa perfecta para que se me dañara el carro

Un viernes, a las seis de la tarde…

Un día quisiste verme:

La presencia imposible;

La continencia silenciosa, pero terrible;

Concentrado como un rayo dormido

Sobre dos nadas entre dos suspiros…

Otro día me viste:

Los pasos de pterodáctilo en tierra;

Los brazos como lianas que colgaban para nadie;

La frente despoblada de sueños;

La mirada perdida donde nadie se reflejaba…

Al tercer día,

Resucité de entre los muertos, y entonces…

Entonces, dejamos de soñarnos.

De Los trabajos de la nada (2017)

Monólogo del figurante

En el Caribe, las confesiones no resisten las mareas bajas.

Uno se va alejando lentamente, como un silbido

De sereno, mientras la bicicleta de los días

Cruza las piernas sobre la acera. Cada paso que damos

Nos coloca más cerca del acantilado, y una bandada

De letras n nos caga encima, como gaviotas,

Algo que se parece más a la mierda que a una sospecha.

Bajo este cielo caribeño que ya es casi un financielo

Y este sol tan empeñado en ser el rubio de esa película

En la que todos somos extras de nuestras propias vidas,

Llega un punto en que lo único que te salvan son las rayas,

A las que luego tendrás que ponerles punto, por supuesto.

Y la película sigue como si fuera otra cosa,

Y si dejas de verla un día, después no entiendes nada,

Total, se vive a la roca, y los diálogos resultan

Cada vez más escasos, y cuando llueve,

Hay que olvidarlo todo:

La música, los bancos, el orden y el trabajo,

El amor

Y la muerte.

Por el cielo caribeño no ha pasado nunca un ángel:

Ni siquiera su nave nube, redomado nabo caliginoso.

Lo más brillante que jamás ha volado por aquí

Es un cocuyo, primo criollo de las luciérnagas.

Y sin ángeles que vuelen, como diría Swedenborg,

No es posible la filosofía. Bajo el cielo del Caribe

No hay lugar para la ontología: una cosa aquí nunca es

Lo que es, y aquello que realmente es algo,

Solamente lo es porque en verdad es otra cosa.

En ese sentido, todo lo caribeño es como los poemas,

Los cuales,

Como se sabe, solamente son poemas

Si no pueden ser otra cosa.

Nos lo pusieron en chino

…la casa, ese espejo para pecar después.

Eduardo Espina

Por detrás, como si no importara nada

El detalle de cierto faux-cul pseudoliterato,

Tanto más invencible cuanto más prosaico,

Mi spinoziana amiga, sin parar mientes

En lo que se cocina en ese jet que ahora pasa

Por encima de nosotros, como Dios

Cuando se va de vacaciones: y si tienes prisa,

Ahí está la maquinita de arreglar destinos

Si todo fuera tan fácil como mear un opus

Y luego irse a ver qué es lo que crece

(en el séptimo día, dicen, reparten galletitas)

Bastaría con saber cuál de sus cromosomas

Es el que trae una sospecha bajo el brazo:

Cuestión de audacias tercas, para apostar

Por aquello que no saldrá en los almanaques:

La estampa lúcida, la líquida sorpresa,

La tajada exquisita que solo saben apreciar

Aquellos que la sudan como corresponde

Ahora, sin embargo, ya se sabe que, por mucha

Que sea la fe, será siempre poca la abundancia

Si acaso llegan a instalarse como lo anuncian,

Y si dejamos que lleguen, como colmenas,

Y que pasen veinte años como una condena,

Sin que nadie sepa nunca de dónde salió de pronto

Tanto escorbruto junto, tanto improvisado tonto.

Toneladas de lo mismo aguardan hoy en el muelle:

Este presente no es más que un pasado contumaz

Si se puede falsificar, ¿quién va a querer producirlo?

¿Y si fuese por delante, como en el cinematógrafo?

Vivir con sus sueños tan cerca que casi da pena

Tocarlos; despertarse ¿sí? Para nada:

Ya ni siquiera es lo mismo: ahora los días salen todos juntos

Como en ramillete: seguramente esta asana

No durará una semana: la culpa, dirán, es de las ciguas

Y sus palmeras terribles: podrán decir que es cerveza

Lo que le falta a esta vida ¿quién puso más?

¿quién lo duda?

De El pubis de Astarté (2019)

Del libro uno: La amante escita

Es la antigua Escitia la perdida patria de los sueños.

Tan tatuada que ni de perfil sabrías dónde queda su frente,

Se aproxima a ti de noche como una brisa y sientes

Su cuerpo hecho renadío que retoña en ti como un recuerdo.

Los sueños no tienen sexo o tienen todos los sexos.

Brotan como la bifronte hembrota; mechan como los machos

Su propia carne de sueños suyos con carne de sueños ajenos,

Enhebrándose en la bramante hembra amante

O cayendo de canto como moneda de cobre.

Los sueños son ardientes velones sin mazarota:

Son nuestros cuerpos vasos de una cera que se agota.

Espermas que dialogan en la lengua de los solitarios

Hecha de extrañas sílabas y de súbitos esputos.

Tiene mi amada escita carne de sueños secos,

Mas, cuando me abraza exuda su más sesuda mollera,

Me absorbe, sí, furiosamente, tanto que con mi cuerpo

Secaría el mundo si la dejara hacer.

Quiere mi amada escita

Probar mi sangre en mi propia calavera,

Mas con mi vara mido el avance del desencanto:

Planeo, como una hoja, por sobre todo deseo,

Hay un buey que parpadea y es como otro

Sol que bufa.

Velo por los siete velos de mi deliciosa escita: desleo

Sus bellas túnicas en vinagre de cerezas.

De noche unto su piel

Con aceite de palmera egipcia y la dejo reposar hasta el alba.

Entonces celebro en su cuerpo mi más rígida ceremonia:

Recapitulo antiguas decapitaciones de bárbaros capitostes,

Excomulgo a quienes usurpan voz y voto a sus anchas,

Me zambullo en la indiferencia que me protege del desastre

Y finalmente, como una espada secreta,

Me hundo en su cuerpo

Hasta el final de mis sueños.

Renazco entonces como un bajel que sale a flote

En medio del océano

Después de varios siglos de andanzas submarinas,

Más completo que un día de pago

Y más letal que la alegría de los verdugos.

Materia de mar

Ni Afrodita, ni Astarté, ni Ishtar

Conocieron nunca el mar.

Las piedras secas, el mar:

Cicatrices tan lejanas.

Las dunas viajeras, el mar:

Heridas del sol en la tierra.

Ni Afrodita, ni Astarté, ni Ishtar

Conocieron nunca el mar.

Desnuda de oleajes tristes

La distancia se envilece.

Cementerio de sueños, el mar,

Donde se pierden los meses.

¿Será porque ellas son diosas

Que son tan contradictorias?

Si son del mar no navegan:

Son muy frías las del fuego;

Las de la tierra no posan

Sus pies muy cerca del suelo,

Y las del aire no alzan,

Por más que ansíen, el vuelo.

Ni Afrodita, ni Astarté, ni Ishtar

Conocieron nunca el mar.

Se apaga el sol y en la noche

Resplandece la luz de la luna

Sobre el mar.

Solitaria, la voz de la diosa

Aprende en la noche a nadar.

Con millones de peces, el mar,

Y un único sueño

Para contar.

Ni Afrodita, ni Astarté, ni Ishtar

Conocieron nunca el mar.

¿Qué le pones a la leche de tus tetas, oh mar,

Qué sal macabra se alza en tu mirada?

¡Qué de brincos pega el alma al verte!

¿Qué insensato rastro de viejos olvidos

Vierte tu cercanía?

Es el mar una mujer que nunca regresará:

Certera como una puñalada de luz

Para los ojos que la extrañan.

¿De qué diosa es cadáver el mar,

Y quién la mató tan bien

Que no tuvo que enterrarla?

Es el mar esa mujer

Que murió mientras soñaba.

Muerta de mar debe estar Ahora y en la hora de amar.

De Sombra tú, tatuada de luz (2023)

Diversa, mi sombra tú

Y en la calle Santomé (sombra tú),

Tatuada de luz apenas, la noche,

Como un temblor exacto,

Se llena de presagios y de olores

Que te retratan.

Una filosofía de aguaceros lúcidos

Se va estrechando entre dos aceras:

Los pasos, ven a ver, se transparentan:

En tiempos de mejor ver,

De esos que fluyen ahora

Por las escorrentías.

¿De qué sirve el universo, sombra tú,

Si es en lo diverso

Donde el uno y la una caben

En su unión más diáfana?

Mejor desparramados que olvidados,

Incluso más palmera que zaguán

O más noche oscura en Ciudad Nueva.

Pregúntales por esas páginas

Donde se nombra a la vida

Y emperrados, sí, y orejeando,

Se bailan a secas, como tragos

Quemándose ayer.

O siempre lobos,

Como zafios deseos que se zafan,

Como lunas desdosificadas,

Como principios que no cuentan,

Como sombras impares.

Y luego se desentierran

(¿Sombra tú?, preguntan)

La culpa y su raíz.

Cierto: desenterrarse

Es más acción que estado:

Perpetuidad de lo que surge

Sin llegar nunca a brotar.

La forma de la culpa

Expone su sentido.

Diversa es la emoción

Que siempre cabalga a ciegas:

Latiendo al caer la tarde,

O saliendo recién bañada,

Sombra tú, vestida de luz,

A poblar esta ciudad.

Para las dueñas de la poesía

Esta es para que luego,

Las dueñas de la Poesía

Salgan a pinchar cabezas

Con lenguas de mime,

Esas que sólo sirven

Para amarrar perros

Con lánguidas longanizas

A orillas del Atlántico,

Como quien desayuna sopas

De pasos muertos

Y años esperando

Que alguien venga con la lluvia.

¡Mejor párense en octubre!, les dije,

No será en este mes

Cuando se agote su ruindad.

Verán pasar diez años

Antes de que merme su imperio,

Y quebradas, evisceradas,

Ríspidas y calimochas

Las sorprenderá la madrugada

Entre dos copas de vino.

Mis palabras eran entonces

Más frágiles que mi risa,

Y por eso ningún banco

Quiso apoyar mi emprendimiento.

Esta otra es para que las orine

Una salamanqueja de esas

Que, pobres y sin seguro,

Brotan solas a mitad de un sueño

Sin conocer ni su nombre ni su precio.

Como todas las emociones nuevas,

Luego parpadean,

Arrepentidas y recién desenterradas

Sobre un chaise longue,

En Punta Cana o Las Terrenas,

Y luego cantan, qué va,

O se producen como un milagro

En mitad de la noche,

O se van a bajar tragos

En Point-à-Pitre o en La Vega.

Las dueñas de la Poesía

Son como esas carretas

Que arrastran rayos tan viejos que ya no caen,

O como esas ideas raras que la gente desprecia

Incluso antes de haberlas pensado,

Simplemente porque las creen inútiles,

Como cartas ajenas o barcos cojos.

¡Pero eso sí, mejor corran, vengan a verlas!

Las dueñas de la poesía están vendiéndolo todo.

Se rifan a gritos lentos tu futuro y el mío,

Y luego se agachan para que parezca obra de Dios.

Ah, pero eso sí, les dije:

Caminen despacio por estas letras,

No sea cosa que despierten

Algún deseo ajeno: nunca se sabe qué adjetivo

Disimula a ese alacrán

Sintomático como un pésame

Al que uno quisiera disolver en café

O en baba de golondrina.

Guárdense también

De la ilusión que chorrea símbolos

Sobre este poema que se los tragará a ustedes,

Pues, dando y dando, a señoritas cagando,

Pajaritos les mando con el pito soplando.

Y a esos otros que son casi como ustedes,

Les digo:

No olviden soplarse el suyo, papisos de peomas,

Lánguidos arciprestes recién descuchitrilizados,

Aspirantes perpetuos a imberbes presidentes

De la república de los mocos. Agárrenme esto aquí,

Les grité, pero ninguno me hizo caso:

Prefirieron ir a ordeñar su leche de mafa

Para luego amamantar las ladillas de su fama

Mientras, al pie de la página cantaban

Las dueñas de la poesía: ¡que llueva,

Que llueva, virgen de la cueva!

Trepadas sobre las liendres de sentidos errados

Que brotaban por cada uno de sus orificios,

Y vete a ver si con polvos de piperonilo en butóxido

Se ganaban otro premio, o las mataban de risa.

Esta es para que, ahora, las dueñas de la poesía,

Abandonen ese tatuaje que todavía las aprisiona,

Y se tornen como este aire: ubicuo y contaminado,

Un aire que hará la magia de los últimos días,

Cuando nadie tenga ya que dar un brinco para ser,

Pues ya no habrá ser, ni brinco, ni nada.

¿Será entonces la magia del ser y estar

Eso que les hará pensar que la poesía será suya?

¿O sencillamente se correrán sobre sábanas sucias

E irán a limpiarse sobre sus pobres cuadernos?

Este poema se hizo por encargo de algo eterno.

De haber sido por mí, nunca se habría escrito.

Habría seguido de largo en mi Masseratti rojo

Para sólo detenerme en el olvido más próximo

El tiempo en que su luz cambiara a verde.

De Los cantos de la ceniza (2024)

Cenicero genital

Dije tinieblas como quien

Habla de un dios difícilmente

Atento con su pie de cobre

Y su ojo de cobre que acecha

A los eternos sobradores del gas

Del odio, esos que tienen sentidos

Como sentinas, tristes sombras

Capaces de dividir la misma luz

En clases sociales, gusanos,

Liendres, ladillas que trituran

En sus ojos cien tranquilidades

Ajenas por segundo y trágicos

Sapos efervescentes, y lápidas

Capaces de traicionar a cualquiera

Por una mención de mármol.

Dije estruendo como para incompletar

Este vacío que ya no cabe en su propio.

Hígado. Un único pie rebota en el aire

Del que luego brota la máquina

De hacerse tarde y el silencio

Se pone de pronto a nevar oscuridad.

Dije temblor y parió el esqueleto

Su rata cadavérica y cargada

De sonidos como el sexo de los miedos.

Este suelo nos gelatina. Nos huesea.

Nos hace no con un dudoso

Dedo montañoso que desoculta

Digitales intenciones. Si el presente

Nos desmira, hay que tostarse

Antes de ver cómo se concavan

Las alcancías donde guardamos

Nuestros absolutos más íntimos.

Dije leguas de sueños tiburoneando

Su ven a ver, su sal ahora con sopa incluida,

Y tanto espanto estilo se acabó,

Y sobre todo trajes para dejar de verse

Hechos con largas tiras de piel de espejos

Que se deshilachan y dan ganas

De decir algo que no tenga

Sabor a espuma de relámpagos.

Dije escorpión como quien exhibe

Un imposible genital inconcluso

Y verdemente sábado, entregado

A los abismos que entremesan

Noches y vacíos disolutos,

Puertos de donde nadie parte

Y a donde sólo regresa el viento.

Cenizas de mar

No ver al mar buscar algo agachada en la oficina.

No ver al mar afeitarse sus piernas.

No ver al mar sentarse sobre el inodoro.

No ver al mar rascarse la axila izquierda.

No ver al mar meter su mano bajo la braga.

No ver al mar besar, mamar, chupar, bizquear.

No ver al mar bajar y subir, subir y bajar.

No ver al mar en cuatro a eso de las cuatro.

No ver al mar bebérsela toda y pedir más.

No ver al mar a punto de venirse sin ver el mar.

No ver al mar desde la universidad hasta el mar.

No ver al mar tomar un teléfono para llorar.

No ver al mar llamar al mar maldito mar.

No ver al mar marearse al cuarto mes y vomitar.

No ver al mar subir con cólicos una escalera.

No ver al mar romper fuente y hacer aguas

En la sala.

No ver al mar pedirle al mar que entre el mar.

No ver al mar salir en Uber hasta el hospital.

No ver al mar abrir las piernas

Para que salga el mar.

No ver al mar.

No ver al mar.

No ver al mar.

No ver al mar diez años, quince años,

Treinta y tres años

Y sólo entonces comprender

Que ya no hay mar,

Y que no es igual el mar que fue

Al mar que ahora no es,

Aunque ambos estén ausentes

En la hora de marear.

Hizo el mar a todas las cosas que ahora son

Y todas las cosas hicieron

Aquel mar que ya no es:

Agua a la que el agua quema

Con una luz prestada,

Destellos o celajes, ahogadas pistas

De antiguas miradas

Que ahora se hunden cuando el fuego las abrasa

Llenando de cenizas este mar

Que ya no es mar ni nada.

Un mar como los de la Luna, pero sobre la Tierra.

En el que peces astronautas

Excavan naderías en un agua ausente.

Un mar como el del sueño

En el que sí valga la pena

Ahogarse para siempre en un mar como otro mar,

Otro mar cuyas olas se puedan acariciar

Como si fueran el lomo de un gato de mar.

Había una vez un mar

Que nunca fue a ver el mar:

Mar enésimo e incógnito como el que más.

Mar más lelo que el mismo mar,

Y paralelo a ese otro mar

Que es más bravo que muchacha con celos,

De esas que no perdonan que les hagan a ellas

Lo mismo que hace el mar, que viene y se va.

Y así de indeciso como es el mar,

Quemarlo todo

Y después lanzarse al mar.

G.C. Manuel (Manuel García Cartagena) escribe, pero en esta época eso ya casi no es noticia. Escribe novelas en silencio, es decir, sin hacer ruido, para no molestar a nadie. En los años en que se ganaba la vida como profesor (o sea, durante las últimas dos décadas del siglo pasado), escribió cientos de páginas de ensayos y alguna que otra pieza de teatro que, en lo que va del siglo XXI, ya han comenzado a disputarse con el olvido un discreto lugar entre las leyendas. Muy pocos lectores contemporáneos saben, sin embargo, que G.C. Manuel no ha dejado nunca de escribir poemas, aunque no se le suela ver alimentando el público narcisismo contemporáneo. “Tú lo que eres es un poeta”, le ha dicho recientemente el Inefable como quien insulta, porque, claro, en la actualidad, ser poeta equivale a ser poco menos que una sombra más. Y precisamente, Sombra tú, tatuada de luz (2023) es el título de uno de los libros de poemas de G.C. Manuel. Aparte de este, ha publicado los libros siguientes: Mar abierto (1981); Poemas malos (1981); Manicomio de papel: El botiquín de humo (1984), Palabra (Premio Siboney de Poesía de 1984, 1985); Los habitantes (1985); Manicomio de papel (edición integral) (2015); Decir, hacer, poder (2016); Los trabajos de la nada (2017). El pubis de Astarté (2019, SD), Todo era mentira (y todavía lo es): poesía 1981-2022 (2023). Su libro más reciente se titula Los cantos de la ceniza (2024). Todos sus títulos están disponibles en Amazon.com


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