Por José Alejandro Peña
A mitad de los años 80, tal vez un poco antes, conocí, por medio de mi entrañable amigo, León Félix Batista, a un poeta que destaca por su genuina entrega y camaradería, por su gran curiosidad por las obras de autores clásicos y modernos, con un sentido del humor ingenioso, prolífico escritor de poemas, cuentos, novelas y ensayos, me refiero al prominente poeta Amable Mejía, oriundo de Monseñor Nouel, Bonao, 1959, República Dominicana, autor de El amor y la baratija, libro que, desde su primera lectura, atrajo mi atención tanto por la brevedad de sus poemas como por la configuración y significación de los mismos.
Amable Mejía, desde sus primeros poemas, marcó una diferencia bastante estimable con relación al resto de sus coetáneos, diferencia que vino a incrementarse con el paso del tiempo. Sus poemas, enigmáticamente conceptuales, se exponen al contagio de la neovanguardia, utlizando la fragmentación, alterando la sintaxis, descomponiendo la forma o llevándola a interrogarse, forzándola a emitir una respuesta contundente, no ajena a la ironización, al humor negro o el fraseo ambigüo, la insinuación cortante y certera, poniendo su palabra, comprometiéndola en primera fila con un golpe de voz, con un giro sobre otro, implicando y complicando el fundamento de la imagen pura.
Su obra se caracteriza por una exploración constante de temas universales, especialmente el amor, la efimeridad e instantaneidad de cada acontecimiento. Cualquier tema es, en manos del poeta, el mejor de los temas, pues en un mismo poema, el poeta adopta una perspectiva diferenciable, doblando y desdoblando sus efectos. Lo particular se universaliza, lo universal se singulariza. Lo cotidiano se destiende o extiende y, al hacerlo, concentra un germen necesario por vital. El lenguaje de estos poemas tiene una particularidad, la de ceñirse a un decir simple, sin reducirse a la simplicidad como común denominador. No es la simplicidad lo más determinante del hecho poético, sino lo que aparenta serlo.
El contexto cultural en el que Mejía se desarrolló ha jugado un papel significativo en su obra. La República Dominicana ha experimentado transformaciones sociales y políticas que, sin duda, han influido en su forma de expresarse. Este entorno, caracterizado por sus tensiones y su belleza, se refleja en sus versos, donde el amor se entrelaza con lo resbaladizo y frágil de la existencia humana, donde cada experiencia justifica una metáfora: lo desarticulado se organiza, lo ordenado se dispersa para volver al centro de una espiral cambiante.

“El amor y la baratija” es una representación clara de esa fuerza vital, oriunda de la imaginación poética que, en el caso de Amable Mejía, adquiere fecundidad, frondosidad, pasión por el lenguaje, utilizando el amor como hilo conductor que revela poco a poco su estrategia y su visión del mundo: la axiología de las palabras en los poemas de este libro, muestra , lo que no se afinca sobre el terreno de su deseo, pues sus palabras están marcadas y condicionadas por el deseo y la vitalidad del drama generados por las palabras en uso. Esas palabras le han permitido experimentar con el lenguaje y la forma poética, jugando con el tiempo y el espacio, abriendo interrogantes, respondiendo al azar con nuevas incertidumbres y rodeos. “El amor y la baratija” es, en este sentido, un reflejo tanto de su mundo interior como de la realidad que lo rodea, ofreciendo al lector una visión profunda sobre el punto de mira de la imagen en pos de nuevos rumbos y significados.
La ambientación poética en ‘El amor y la baratija’ de Amable Mejía se destaca por su capacidad de trascender el tiempo y el lugar, creando un espacio emocional que escapa a los conceptos a través de ellos, como una ola que avanza sobre las olas hasta perderse en una orilla meramente simbólica.
Mejía emplea un lenguaje cargado de imágenes sensoriales que invitan a los lectores a sumergirse en un mundo íntimo, ahondando en los pequeños dramas que inquietan a los hombres de este tiempo horizontal, instrumental y vacío de sentido. Este tipo de ambientación no se limita a localizaciones físicas, sino que se construye a partir de experiencias abstractas que despiertan sentimientos universales a través de un lenguaje escueto, mas no por eso exento de poder, un lenguaje que tiende a mostrarse esquivo y enigmático, informal, pero no informe, mostrando su porosidad, generando su masa deseante, su triunfo ineludible.
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