José E. Santos: Crestomatía interior (Antología poética 1987-2020)

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Muestra poética

“Santos, es poeta de voz afirmada en el dominio pulido, de innegable intencionalidad y equilibrio de la palabra. Su verbo es un luchar entre el desapego y el placer ante el objeto que lo ocupa, un gravitar del oxímoron que a largo plazo nos envuelve en el ciclo interminable del deseo por la amada mística y por la poesía. Cabe mencionar que no se trata este universo solamente del amor o el desamor, como en sus primeros poemarios.  Santos parece alejarse de este tema de la amada, y amplía su repertorio a objetos de lo cotidiano, encuentros y viajes, con el estilo poético que lo caracteriza, como el faro que lo guía a distintos puertos, en poemarios que son ejercicios líricos excelsos.” — Iris Miranda (Poetisa puertorriqueña)

No arranques más nuestras uñas
tierra malquerida, infame,
deja dormir tus hijos,
generosos,
con manos de sangre en flor,
soñadores de labranza,
niños de manantial.
Cáncer que fuiste semilla,
isla,
cambia tu promesa, infame,
antes de que se te mueran las vísperas.

Nosotros, entonces,
seremos tu cárcel

Me asusta el paso de las nubes,
y me maravillan
sus formas, sus rutas,
sus texturas sinuosas;
me asustan en su distancia,
en su idioma,
pasan, pasan todas
llevándose el tiempo mientras miro,
sin decir nada,
callan:
Yo intenté preguntarles,
quise saber por qué
unas estaban tan altas, delicadas,
y siguieron pasando, enormes,
silentes,
burlándose del lienzo azul,
del sol, de este que les
miraba y hablaba,
sin decir nada,
y se iban, como llegaban,
asombrando, hermosas,
y me asustan,
y pasan,
pasan las nubes,
solas,
y todas.

Me intoxico de copas,
de las copas de los árboles
y las tomo,
venosas, se mueven,
suplican,
claman la luz,
arrancan el suelo,
se mueven,
los troncos, magnos cuerpos
y corro desmedido,
chamánico,
hundiéndome en cada paso
de verdor, de espesura
y caigo, tropiezo,
y sobre mí el boscaje,
el follaje,
y el trasluz de las hojas,
limpia luz de sensación,
y las verticales, y las transversales,
y lucho por tocarlas todas,
líneas de transparencia.
Tú, enramada de copas,
deja que en tu verdor
me respire,
y colócame allí,
donde la luz se junta con el cieno.

Estamos atrapados de nosotros,
dulcemente envueltos
en la inquietud del bombón
y todas las salivas nos derriten y nos tocan,
es tu boca, es mi boca,
es una boca compleja,
no, es una y un labio,
es una lengua y un diente,
son dos, es una
no, es un movimiento de lados
de bajadas y subidas,
es la una, es la otra,
y todas las salivas nos derriten y nos tocan,
porque estamos dulce,
dulcemente envueltos
en una feria de pétalos,
en una cacería de fresas,
en una procesión de humedad y tacto,
en la inquietud del bombón,
en la una, en la otra,
y todas las salivas nos derriten y nos tocan.


Negra es la tierra
como la sangre,
y todos los suelos,
y todos los frutos
que de corazón a mano
erigen los horizontes
negros,
de dentro del clamor,
de dentro de la razón,
de dentro de sí.
Negra es la canción
que lloran los hombres,
cubiertos del hedor
y el sudor de la muerte,
y la carne es negra,
y la simiente, y la ruta
de todos los llantos,
de todos los cielos.
Negra la esencia, negro este llamar
del sur de la Tierra,
de la primera casa,
de la primera ruta;
camino del diamante,
de los arrimados, de los perros,
camino del carbón,
de los nacidos, de los hombres
ensombrecidos,
desfigurados,
auténticos, de sangres
negras, de frutos,
de horizontes,
y negro claman,
las manos oscuras a lo alto,
pero no al cielo,
que Dios está con aquellos,
mas con la sangre
con la simiente negra,
con la tierra estarán
la ira, el verbo, el amor.


Escucho solo y por primera vez
el viento.
Por primera vez.
Meció el sauce,
lo meció por primera vez
pero no está,
años hace que sucumbió
mas lo escucho, lo escucho,
se mece en gemidos.

Escucho solo y por primera vez.
Su silbido llega claro,
como si perdido
en alguna oscuridad marítima
se me llenaran los oídos de necesidad vital.
Continúa, llega,
o no hubo nunca silencio,
fue alguna figuración errada
pensar que estuvo ausente.

Será que hoy lo escucho fuerte.

Escucho solo y por primera vez.
No me engañan los ruidos de la noche,
ni la cantinela ambigua y perpetua
de lo lejano,
ni las ansias de querer percibir,
de querer escuchar
donde nada, donde nada
a su paso queda, mostrado.

No es su vez primera
montado sobre los aires
que juntos todos dieron color a la noche;
no es su vez primera,
colapsante, continuo,
y no es una figuración errada.
Lo escucho solo,
lo escucho.

Una sola sombra existe,
una sola,
y es esférica, cilíndrica.
Es una sola,
pero no puedo verla,
nadie puede verla,
la sabemos,
la tenemos,
y no la vemos,
una sola sombra,
tan fuerte como la luz,
constante como la luz,
inmóvil obra,
como la luz.
Dibuja pequeñas luces,
los llama astros
y nos miente.
Secretea intimidades,
los llama cantos
y nos engaña.
Esperad,
se mueve algo,
se mueve y es oscuro.
¿Se moverá?
Otra sombra, ¿sería?
De pronto, no,
no lo era,
ahí está, de nuevo, no.
Me engaño, me miento,
y ahora sólo recuerdo
que la sé,
la tengo,
mas no la veo,
que es una sola,
una sola sombra,
y existe.

Y es que esa flor
es roja,
roja violácea,
mas aquella es amarilla,
parda, blanca,
y aun anaranjada
es esa otra.
Son planas, redondas,
lanceoladas,
abiertas cerradas;
son ellas,
mas no su color
que está en mis ojos.

Crecerán,
se moverán con las horas,
se secarán honrosas,
se volverán semilla,
viajarán en caídas,
serán sencillas,
serán ellas mismas,
mas no su color
que está en mis ojos.

Habrá o no un río
que sonará y seguirá,
habrá o no una luz tenue
que entre al finalizar
la tarde.
No habrá muchas cosas
y de seguro soñaré con ellas
según traicione mi paz
la imaginación.
Poco importará entonces
la magia de lo imaginable.
Regirá lo concreto,
y al alcance del tacto
y al pasar de los ojos
se impondrá tu cuerpo.

De vez en vez habla la página,
de vez en vez se acercan los ojos,
de vez en vez la verdad pasa
del emblema corto que le forjamos.
Pocas veces este de vez en vez,
pocas veces de dos en dos,
casi nunca antes, o después,
o por un lapso fijo o definido.
Suele ser muchas veces un error,
suele ser las más, nuestro,
pues su forma se celebra sola,
anónima, yerta, exhausta.
¿Cómo saber?
¿Cómo pretender?
¿Cómo asegurar que es esta
la incolora rutina que desempeña?
No lo sabemos,
porque no lo entendemos,
porque no lo esperamos,
y aun esto, justo,
también lo dudamos
de vez en vez.


Es de tarde
y se asoma el rastro de nuestro tiempo.
Un mismo calor
calcina lo que queda de cordura.
Es de tarde y razona
el entendimiento su verdad y su exceso,
y en ese cúmulo de instantes
mi boca y la tuya
se juntan para reordenar toda secuencia,
abolir la historia,
rescribir todos los textos,
rehacer todo lo concebido.
Es de tarde
y la realidad ha decidido
exhibirse, mostrarse,
en el enlace de nuestros dedos
y en el ardor de nuestros labios.

¿Cómo disputar el celo
de tu palabra aguda y juiciosa?
Su sonido y su sintaxis
conducen a ese centro
en el que habita el mayor de los deleites.
Oye y mira conmigo
cómo se desvanece todo lo que nos rodea.
Oye y mira conmigo
cómo se fragua otra entereza
que le disputa a la verdad
su naturaleza propia e indistinta.
Preciso toda forma conducida por tu verbo,
todo gesto,
toda secuencia de sonidos entrañada
en la corriente eterna de los ardores.
Discute, sentencia, enlaza:
Te escucho y me sostengo.

Te he dicho que mueres,
como la memoria de los siglos,
atenta a la resurrección de los lectores.
He perdido la noción de la vida:
Nadie vuelve, nadie regresa,
nadie intenta rehacer sustancialmente
la esencia de los instantes.
Todo es posible en la muerte
porque es única, es cierta, es lo real.

Si te he dicho que mueres,
siente, piensa
qué es lo que te he dicho en verdad.

Hoy me traicionan las palabras.
Son mis manos las que te buscan
para cimentar tu cuerpo entero a la pared.
Mi cuerpo se impone como demente libre,
y mi boca se retuerce en tu piel toda:
mejillas, cuello, orejas, hombros
labios, lenguas, labios……
No te mueves, no puedes.
Mi mirada adopta ese lenguaje que te estremece toda
y me miras con instantáneo temor,
con el súbito terror del acecho.
Es entonces que me escuchas,
cuando los ojos se entrelazan y se narran
tu atrevimiento, mi obsesión,
las miradas sobre nuestras pieles,
las voces que incitan y reclaman
el celo de nuestro libertinaje,
el velo que se descorre para encontrarte de pronto
al arbitrio de peligrosas pinceladas fálicas
que me llenan de mayor delirio
Y me conducen a tu portal…


Hombre soy de voluntades rotas
y me asiste la sombra
de saberme concluido.
Veo, pero no observo,
camino y sólo desando:
nadie, nada,
ni una razón,
ni una memoria.

Todos.
A su paso resuena el Adriático
y se llena el aire de alientos nuevos.
Geométricas procesiones
reviven la historia
que llena sus bocas
de malvas rosas
que generan promesas.

Todos. Sí. Allí.
Tan lejos.
Tan lejos como rozar sus hombros
a cada paso
en estas callejuelas interminables
y sedientas.
Tan lejos como sentir adentrándose
entre mis sienes de golpe
sus voces
que destilan al itálico modo
el metro y la cadencia vitales
que jamás serán mías.

¡Venga a mí tanta hoja caída!
¡Venga a mí el consuelo!
¡Venga a mí el deseo infinito
de reproducir esta Venecia
en todo hado,
de rehacer esta Venecia
en todo pensamiento,
de vivir esta Venecia
en cada instante que me nombra!

¡Venga el vino
y su derroche enervante!
¡Vengan las máscaras
y sus rostros incitantes!
¡Vengan las vestimentas
y sus cuerpos deseantes!
¡Venga Colombina
y sus palabras insinuantes!
¡Venga L’Innamorata
y su boca anhelante!

Caminante he sido.
Celebrante soy.
Soñador:
querellante vencido,
trastocado,
inmolado.

Innamorato soy,
pero llevo máscara.
Dottore soy,
pero nada ya conozco.
Polichinella soy,
pero me consume la joroba.

¡Ah imperfecta jornada de alborozo!

¡Todos! Sí. Allá.

No quiero morir.

Y bajo el juego cruzado
de brazos y piernas,
de besos e identidades perdidas
se hunde Venecia,
paso a paso,
minuto a minuto.

No quiero morir.

Veo pero no observo.
Camino, y solo desando.

Te reclamo para mí
Plaza San Marcos,
te reclamo al sentir
el grosor de mis venas,
te reclamo por saberme libre,
por saberme yo entre tus almas,
sobre tus empedradas losas
que rectangulares sostienen
el sentido de todo lo humano.

Te reclamo
y tan sólo he llegado,
tan sólo he visto aparecer
tu indómita silueta
entre segundos que vuelan,
entre palomas que se elevan
y me llevan a cada una
de tus esquinas atareadas.

Me sonríe la catedral.
Conspira y se deleita
al dibujar mi rostro
con el trazo de centenarias alegrías.
Me sonríe desde su hermético trono,
asentada y complaciente,
fervorosa y diligente veladora
de este nido de significaciones y placeres.
Plaza, te reclamo, Plaza.
Te reclamo de día
mezclado entre las gentes domeñadas,
los rostros acaso cansados
y el millar de cámaras
que a un tiempo revelan
sus luces y lentes filtradas.
Te reclamo entre sonidos:
Las voces entre ellas
se requieren,
los teléfonos ahogan
el silbar del viento,
los idiomas se reconocen
y se repelen,
se anuncian
y se distienden
como el eco helado
de sus mediterráneos recovecos.

Plaza, te reclamo, Plaza.
Te reclamo de noche
ciego en su intensa vida,
en su denso
desentender de orígenes
que nos hace cuerpos,
que nos hace bellos
al enlazarse sin tregua
ni reparo
las voces y los besos,
las manos,
y la suerte que me sumerge
en el deleite
de tu propia respiración.

Te reclamo Plaza San Marcos.

Y quiero que me observe
el león desde lo alto,
y que me queme
tu renovado sol
que liviano viaja
durante días y noches
entre las sangres
que se buscan.


El reloj sólo se mueve.
Nada implica, nada indica.
Tieso.
Su movimiento es concéntrico.
Viven sus manecillas
del arbitrario designio
que nuestros ojos le imponen.

El reloj no tiene forma.

El reloj es una precisa gotera
que llena un volumen determinado.

El reloj es una procesión de arena
que sólo cae en apariencia interminable.

El reloj es una sombra frágil y movediza
que acaricia superficies,
o es un conjunto de tuercas, de tornillos
y de ruedas mecánicas asépticas,
o una pantalla que muestra marcas
en que sólo nosotros
registramos alguna secuencia.

El reloj no dice nada:
Dice sólo lo que decidimos,
muestra sólo lo que le imputamos.

Sobre la mesa todo.
Sobre la mesa nada.

Coloco, tomo.
Colocas, tomas.
Colocan, toman.

El suelo es mesa de la mesa.

Sobre la mesa, todo.

Sin presumir,
su arte se ha vuelto imprescindible.

Sólo entra y sale.

Sólo perfora,
mas deja como rastro
enterezas coloridas
y multiformes.

Desnuda la materia
y pinta movediza la piel.

Nunca soñó la araña…

La aspiración última
de los andamios
es ser el concepto
dentro de los conceptos.

Juntan, no edifican.

Imitados por los huesos
sonríen pacientes y convencidos
de proceder adecuadamente.

Imitados por el ADN
pronostican fiel y tenazmente
la pasión de los sintéticos bosques
ensordecidos de hormigón.

Los andamios cancelan
el movimiento de toda mente.
Duplican el interior
de toda forma
y escenifican el ensayo
precario que subyace
bajo el propósito de las lenguas.

Entre esquina y esquina
el andamio.

Entre palabra y palabra
el andamio.

Evitarlos, minimizarlos,
abolir los andamios:
He ahí lo imposible.

En todas partes se exhibe la puerta.

Celebra su forma entre sustancias
diversas y contrarias:
pino, roble, caoba,
metal, cristal
y acaso piedras megalíticas inmemoriales.

De derecha a izquierda
o de izquierda a derecha
abren las más comunes.
Hacia ambos lados
desde un centro decorado
abren otras que anuncian
nobleza o abundancia.

Marco, goznes,
picaporte, umbral y dintel
se hermanan
en un espacio sin espacio
en un trayecto sin forma,
un punto sin seguimiento
que no dice nada.

Para algunos muestra el futuro
o lo implica.
Cerrarla sería un atentado
en contra de nuestras conciencias.

Para otros es una mera formalidad
necesaria para pasar
de espacio a espacio,
de inclusión a exclusión,
de un afuera a un adentro,
o tal vez para pasar,
solamente pasar
sin saber hacia donde.

Mas sin embargo,
su reclamo a la fama funcional
quizás se deba
a su devoción inherente
y precisa
por la privacidad.


Abajo
tu ciudad despierta
y anuncia florestas de domingo,
y mis ojos se posan
descansados
rozando los contornos
infinitos de su historia.
En algún lugar de estas calles de Polanco
respiras,
y yo quiero imaginarte
bajo la luz que entra
por tu ventana,
abriendo los ojos,
pensando tal vez que existo
y que privativamente
revisto de ti mi entendimiento,
reposado y distendido,
y que mi cuerpo y mis palabras
delinean mapas por tu geografía.
Florecido por el fervor que siento
te reescribo,
te celebro
y beso tus segundos,
tus minutos,
tu historia.

Y el latido de la sombra por las calles.
Y el árbol del olvido que recrece.
Y el lamento de la lluvia que tiende a repetirse.
Todos amenazan,
imponen el silencio de los desiertos,
el peso de estos segundos inciertos o desaparecidos.

Te busco.

No existe otra verdad.
No florece el trazo de otra existencia.
No hay pasado intermitente
ni dolencia más severa que sentir
como se entreteje la tela
con esta paradoja intensa y desesperante.

Te busco.

Me es imposible la huida.
Mis ojos sólo viven porque se alimentan
de la silueta conceptual de tu rostro.
Ven porque ves, miran porque miras.
Nada perciben oscuro, nada pierden
al esperar tus señas, su único deseo.

Te busco.

¿Es buscar un nombre en el vacío?
¿Es profesar una fe indeterminada?
¿Es sospechar que un día la nada
me ha de llevar al cieno los anhelos?
Cada pregunta se contesta a sí misma,
cada respuesta me devuelve a tu paz.

¿Dónde estás? No me importa.
¿Cuándo será? No me atormenta.
¿Qué forma y qué sentido tomará
esta suerte a la que apuesto convencido?
Todas. Toda forma si tú la concibes.
Toda imagen si tú la dibujas.

No pregunto.
No camino.
No apuesto.

La sombra del árbol bajo la lluvia se lamenta.
La fe imposible del vacío se desvanece.
Son sal y agua.

Me busco, te busco.

Me encuentro, te encuentro.

Te sé.


Daniela en el pensamiento.
Raudas dendritas
que suspenden el ritual de la mesura
y estallan sus alas prestas
a consumir los ciclos totales.
Daniela, mi pensamiento.
Rigen cataratas de serotonina
que repican instantáneas
en armoniosas colisiones de crisálidas.
Hermosa turbación
de la semántica semilla.
Revuelo cadencioso.
Falso desorden.
Impresión inmutable.
Daniela en el instante en que se erizan
los filamentos más recónditos
de mi entereza.
El pensamiento, el movimiento.
El movimiento, el tiempo.
El tiempo, el objeto.
El objeto, el cuerpo.
La singularidad se presenta a sí misma.
Nada interesa más allá de su confín.
Hablan mis endorfinas.
Susurran y vociferan
el nombre de Daniela.


Un solo pasillo,
el místico sueño, real, revelado,
tiempo y mundo en que se aguarda
desentendido.
Hacia un lado la oscuridad profunda,
la luz incesante hacia el otro,
hacia la entrada que es salida
de este encierro que no es cárcel.
El suelo, polvoriento espacio
poblado de cristales rotos,
objetos desechados,
olvidados de todo mundo,
e igual, sentado,
deseo que llegues desde ambos lados.
Ojos cerrados.
Escucho pasos y adivino tu forma
y deseo que llegues
desde la claridad,
desde la oscuridad.
Mis ojos cerrados…
Me convence tu beso
de que todo es falaz
al final del pasillo
que ahora se llena de una sola luz
que es amanecer y atardecer,
penumbra eterna,
desnudez absoluta
que habla el idioma tuyo y mío
sobre los sucios catres,
entre las superficies polvorientas,
heridos de cristal,
escribiendo nuestros cuerpos
con la tinta que el sudor
fabrica con el suelo:
prometida certidumbre,
texto aguardado,
ahora vivido,
espera que no es espera,
sino convencimiento
de esta obediencia
que es alma y deleite;
que es voluntad pensada
y cadenas liberadoras.

Toda ilusión histórica
es un orgasmo conceptual:
pequeñas muertes
que pintan en sucesión
la nostalgia desatendida
de los pueblos menestrales,
de los amantes incesantes.
Busco en tu totalidad
mi único culto
mi relato de emancipaciones
estridentes e innumerables
para saber que la sangre
que circula en mis armas
atiende el reclamo
que no es residual,
que no es solo mío
que suma tras la suma
que tu inteligencia
reproduce incansable,
aliada de mi fervor
y de la de quienes
te privilegiamos
en este panteón de vidas,
seguidores de tu conocimiento,
de tu concupiscencia,
y de tu justicia.

La orilla.
El insondable silencio.
Las ondas y la promesa de sal.
El oleaje vive tras los ojos.
No habrá abismos
donde todo es abismo.
La luz viaja
de cabo a cabo.
Biseca la verdad,
la vuelve dos hemisferios
feroces y tiernos
que celebran el absoluto gusto,
y entonces rigen tus ojos,
y entonces rige tu cuerpo multiplicado,
incesante, libre.
Poseído yo,
en trance delirante siento
llegar tus palabras
que me arañan y acarician
tensas, vivas, dulces.

Sobre mí, sentada.
Tu jardín y un espejo.
Mi pecho, tu espalda.
Mis yemas, tus pétalos.
Sin perforar tu amapola
hurgan, pizcan,
retuercen, acarician
hasta sentir el rocío
de tu noche vencedora,
de tu sol expectante.
En el espejo tus ojos
y los míos juntos
mientras dialogan.
Juntos mientras febril
muerdes ansiosa tus labios:
Un espacio, miradas juntas
jardín acrecido…


El puertorriqueño José E. Santos (1963) reúne en la presente antología una muestra representativa de su obra poética.  La colección sigue el criterio cronológico de su redacción, por lo que el lector podrá apreciar la evolución personal de Santos por los caminos del verso.  Santos se destaca por emplear la reflexión como instrumento central de toda su poesía.  Para Santos, el poeta no es solo quien observa y despierta a otra realidad, sino que es quien observa y piensa desmedidamente hasta labrar densidades semánticas en los mundos que construye.  Como aliciente para los lectores, Libro de Venecia se incluye de manera íntegra en esta recopilación.  Santos se destaca además como narrador.  Es el autor de Archivo de oscuridades (2003), Deleites y miserias (2006) Los Viajes de Blanco White (2007), Los comentarios (2008), Trinitarias y otros relatos (2008), De Coyoacán a Polanco (2013) y Lugares ciertos y posibles (2024).  También es ensayista, y es el autor de El fundamento de los instantes (2014, segunda edición revisada 2023), Al margen la glosa (2018) y Glosas enrarecidas (2019), entre otros.

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