“Los cantos de la ceniza”, de Manuel García Cartagena o la constante aventura de un hombre despierto
La palabra “canto”, proveniente del latín cantus, o cantare (“cantar”) era para los juglares (en latín jocularis, que significa “bufón” o “bromista) de la época medieval europea, una forma de adaptar las composiciones de los trovadores al espectáculo, que normalmente se realizaba en las plazas públicas y era acompañado de malabares, acrobacias, lanzamiento de cuchillos y otros menesteres tendientes a la diversión y a la comedia. Esta simple palabra, simple, pero llena de innumerables aventuras metafísicas, me recuerda aquel canto extraordinario y monumental que es la Divina Comedia, de Dante Alighieri.