La poesía de René Rodríguez Soriano no se zambulle a las profundidades donde reina el peligro de las colosales formas acuáticas del decir poético, prefiere el juego limpio, la frase corta y directa, pero también el giro claro, la mirada atenta, que sabe transmitir su “rumor” sin necesidad de alardes, desde la simple tarea de escuchar una pieza musical que lo conduce directamente a su propia amalgama de contemplador solitario. Amalgama de realidad y fantasía, elementos conductores de las diversas emociones que se cuelan en los versos de “Rumor de pez” como siguiendo una cadencia reminiscente.
El tiempo prefijado por René Rodríguez Soriano es el tiempo presente, de él se desprende su sapiencia lírica más plena y personal, y de él nace, como una Venus, la luz con la que dota sus elementos sensibles para definirlos o bien para reconocerlos en una interrelación espacial, en la cual se cambia de un olor a un color, de un sonido a un sabor, de un sabor a un roce, hasta convertir todo ese mundo concreto en un mundo prefigurado.
Lo inexacto se borra por sí mismo, de ese modo es nuevo siempre, pero la exactitud queda en el sitio de los significados puros. Materia y universo formal de esta poesía, que nace del contacto directo con la realidad menuda, la vida con sus alegrías y tristezas, y todo lo que el poeta encuentra a su paso y que lo iluminan de momento a momento en un contacto firme y placentero. En sus poemas hay líneas precisas y colores suaves alternados con un ocre terroso, o un carmín de Prusia. René Rodríguez Soriano prefiere el dibujo de cuerpo entero y el detalle en sí, de modo plano como el espejo que a sí mismo se refleja: agua que se ha endurecido a causa de las lágrimas de amor, de los recuerdos eficaces, que asombran y afligen al poeta. Y es que René Rodríguez Soriano mezcla el habla corriente con el habla poética, manifestando, pieza por pieza, los elementos inestables, que contrastan, de inmediato, con los que se quedan quietos, como los residuos de cosas que se asientan en el fondo de los almarjales, ríos mares, sin perturbar la marcha de los elementos que flotan, guiados por la corriente. Pero la corriente de este libro es de una raíz extensa, aunque los poemas son cortos, con excepción del titulado ‟No estoy pidiendo la Vía Láctea”, de corte realista, como el resto. Hay también, en los poemas de “Rumor de Pez”, algunas construcciones graciosas, con un margen de poderosa autonomía y sencillez, donde lo sencillo está equilibrado por un “suspiro” que se deshace en el aire, su morada consciente, omnisciente y vigilante. Algunas palabras suenan fuera de su margen, se salen del poema, quedan sobrando. ¿A qué se debe tal desmesura, tal escapada del astro que, girando en su órbita, se separa de ella para siempre? La respuesta no la tienen los poemas, ni las palabras en sí, pues ellas no vienen a la página por determinación propia, sino que son traídas allí por la mano de su artífice.
Hay momentos de la lectura, en los que algunos pasajes de estos poemas arrastran un pesado sonido, con el que producen estados de abatimiento o de añoranza, asuntos con los que René Rodríguez Soriano teje y desteje sus juegos circundantes, sus redes de arcoíris, sus trampas para cazar al pez, cuyo rumor está mojado de tonos muy diversos, pues como dije antes, un color, un olor, un sonido, intercambian estados psíquicos y emotivos.

René Rodríguez Soriano visualiza las cosas por el tacto o por el olor, o por el sentido del gusto y del oído, como guiado por su sensibilidad, por su instinto natural, por la mirada. Cuando se ha detenido en su contemplación, adquiere un tono casi reflexivo, como si quisiera llorar ante la belleza del mundo que se desploma irremediablemente delante suyo, un mundo que él sabe imaginar del modo que lo quiere, con la destreza de un dibujante que afinca bien la tiza y hace sus trazos aprendidos en un parpadeo, porque la vida es eso, un instante que transcurre para dar paso a otro instante.
Su palabra, como ya dije, tiene una línea que no permite extravíos ni es confusa ni permite la confusión, va directo a lo directo, con metáforas y alusiones, con aliteraciones, y símiles, buscando el centro de su decir rotundo. Sus metáforas no son aquellas metáforas irracionales de los poetas incipientes, que quieren agotarlo todo de un sorbo, sino las que, con un delicado acento, transfieren un sentimiento que se brinda de inmediato, desnudo, con la suavidad y la ligereza de una pluma que el aire transporta lentamente.
Para René Rodríguez Soriano los objetos son símbolos de deseo, por eso los prefiere hechos a mano, rústicamente, conservando toda la dureza o porosidad del objeto natural, cuyos colores y temperatura también son los que la naturaleza les imprime. Visualiza como los ciegos y como ellos aprende de memoria los desperfectos de un rostro familiar como el de las palabras: él no aspira sino a convivir con ellas, imprimirles una energía especial, la energía de su pasión: escribe para un lector cercano, un camarada, una muchacha que se ha soltado el pelo, falda y blusa de un color que él distingue sin rodeos, y la tinta le dura para cantarle al borracho que se durmió en la acera, para la canción que los fumadores pusieron a sonar en una esquina de un barrio, para el hombre de oficina, que usa corbata y tiene una hija que aprendió a nadar temprano en una playa doméstica… En fin, a René Rodríguez Soriano le atraen los sucesos cotidianos, de ellos aprende cosas hermosas e increíbles: cosas terribles e inhumanas qué sus palabras humanizan, sutilmente… transposición, sujeto-objeto, otredad, lo mismo, lo contrario, unificación de lo diverso.
Dices mi nombre y somos eso que siempre fuimos,
la unión de los contrarios.
(…)
Sucede otro sonido en nuestra música.
Mojada de tiempo la llovizna, hay más luz, nuevas vías.
(Torrente, pág. 16)
Y todo eso para llenar el instante de otro instante mejor, como ese instante distante que se distancia de sí mismo para estar más distante y más cercano como espejismo de lo que se ha escapado, que por haberse escapado, sigue siendo la máscara de un instante que permanece intacto, en la distancia de lo presente del presente que, en el poema Rising, se cubre de nostalgia:
Lejos, muy distante,
aquí, en el lado izquierdo de mi pensamiento,
una mujer espera.
Para René Rodríguez Soriano, como para Miguel de Unamuno, todo pensamiento es sentimiento y todo sentimiento pensamiento que el pensamiento desplaza, para ayudar a que un pensamiento distinto, fruto de la imaginación o de la sensibilidad, renazca, como el ave fénix, de las cenizas de sus plumas.
En los poemas que conforman “Rumor de pez”, lo hablado no tiene la altura de lo plasmado. Mas no es necesario plasmarlo en lo inmediato. Basta con hacer creíble un sentimiento poético, se da, sin extraviar la vivencia en una mera simulación de la expresión, la experiencia no es ajena a la emoción que le corresponde.
Lo que, por ejemplo, nos dice el poeta con voz melosa y pulcra, sin rodeos, sin que se le encoja un nervio del rostro, sin que se vuelvan de atrás temores no domesticados, deseos que acercan el cuerpo de la mujer al óxido flotante de la llama de amor, se emociona o, mejor dicho, se deja llevar por el sonido que su emoción hace certera:
Yo tuve una amiga, una azucena, un gato triste,
una serpiente pitón, una bombilla apagada,
un pedazo de sed, o una mariposa que murió
(…)
un dardo herido o el veneno de los Borgia,
roto en el pelo de Lucrecia, alfombra voladora…
(Felpa azul, pág. 13)
Ese poema, Felpa azul, puede bastar para sugerir que René Rodríguez Soriano no es cualquier poeta. Escribir con encanto puede ser el más alto y significativo acto del poeta, en cualquier época. Encantar con palabras vivas, palabras que se nos presentan como rumores de algo efímero, en este caso, un pez es hablar de belleza o plasmación de la belleza.
Se cuelan, en “Rumor de pez”, frases de una elaboración demasiado caprichosa, que rayan en el cliché más detonante y repetitivo, como, por ejemplo, “vivos de pasión”, “acuarela de la tarde”, “el pincel de tu sonrisa”, “ventana de mi ser”, entre otros. Pero esos caprichos son justificables puesto que son indicativos de una consciencia más allá del trato y contrato del decir. El poeta apuesta por un decir diciente, capaz de desdecirse.
Hay toda una tradición, en la cual se reciclan estos mismos asuntos en toda la poesía latinoamericana y española. Por otra parte, y, de inmediato, celebro, en “Rumor de pez”, aquellas visiones acuáticas y acústicas “cual dios, cual pez excomulgado…” porque como bien se aprecia, “una mujer imanta el aire, violenta leyes y razones con su paso…” por el que “toda palabra es un silencio, todo silencio una palabra” y un “aroma navegable…” para quien se ha quedado “sordo en la flauta de un suspiro…”, “sordo como una flauta…”
René Rodríguez Soriano va soltándose a sí mismo de la mano, se sacude el polvo acumulado en el trayecto, saluda con el sombrero en la mano y, subido sobre la gran montaña de su cuerpo, pregunta:
“¿para qué sirven los relojes
cuando uno se busca y no se encuentra
por las avenidas del deseo?”

René Rodríguez Soriano (1950-2020). Fue un escritor, editor y docente universitario dominicano; egresado en comunicación social de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, campo en el que se destacó y fue reconocido en plataformas como el periodismo, la publicidad y la producción de materiales para radio televisión y cine. Ha recibido importantes galardones como el Talent Seekers International Award 2009-2010, el Premio UCE de Poesía 2008, el Premio UCE de Novela 2007, el Premio Nacional de Cuentos José Ramón López de República Dominicana (1997) y el Casa de Teatro (1996), entre otros. Se radicó en Estados Unidos en 1998, desde donde desarrolla una intensa labor de difusión y promoción de la literatura iberoamericana a través de la revista y editorial mediaIsla. Publicó los poemarios Raíces con dos comienzos y un final (1977, 1983, 2014), Textos destetados a destiempo con sabor de tiempo y de canción (1979), Canciones rosa para una niña gris metal (1983, 1992, 2009), Muestra gratis (1986, 2018), Apunte a lápiz (2007), Rumor de pez (2009, 2012, 2018), Nave sorda (2015), Juguete sagrado: textos escogidos. (Selección: Denisse Español y Luis Reynaldo Pérez, 2019); los libros de narrativa Todos los juegos el juego (1986), No les guardo rencor, papá (1989), Su nombre, Julia (1991), Para esta noche (1992), La radio y otros boleros (1996), El diablo sabe por diablo (1998), Queda la música (2003), Sólo de vez en cuando (2005), Betún melancolía (2008), El mal del tiempo (2008, 2011), Solo de flauta (2013), El nombre olvidado (2015, 2018), No les guardo rencor, papá (2017, 2018), Jugar al sol. Más de 13 historias sin historia. (Selección: Máximo Vega, 2018). Además, los libros de ensayo Tientos y trotes (2011), A toda lágrima y a toda sed. Conversaciones con René Rodríguez Soriano (Compilación: Sara María Rivas, 2017), Letras vueltas (2018) y Voces propias. Conversaciones (2018). En colaboración con Ramón Tejada Holguín publicó Probablemente es virgen todavía (1993), Y así llegaste tú… (1994), Blasfemia angelical (1995) y Pas de deux (2008); y, en colaboración con Plinio Chahín, Salvo el insomnio (2002).
Mar de sargazos, de Giselle Duchesne Winter
La predilección por la lectura y amor al conocimiento están implícitas en la persona de la poetisa Giselle Duchesne Winter, de ahí que expresarse poéticamente es para ella un ejercicio espiritual e intelectual que amplía su voluntad de ser, su…
7 poemas de Amable Mejía
De su poemario Infancia de la poesía 1 Los muchachos requieren del recuerdo para hablar hoy de lo mismo que ayer: del agua, de la boca y de la sed. De la puerta, de sus sueños, del soñar. Del sueño…
8 poemas de Amable Mejía
Del poemario Novo mundo/himno Biografía actualizada de Amable Mejía
Félix María Betances de la Nuez: “Detrás de la nostalgia”
Un poeta puede, como ya dije, combinar estilos, ser claro, incluso crudo, indirecto, cortante y hermético. Puede contagiarse de sífilis o morir de hambre en un país próspero, como el nuestro. Lo que nunca se le perdonará es que sea…
Tres de Amable
Estos tres títulos me llegan de mano de su autor, el poeta dominicano Amable Mejía, cuya generosidad agradezco. Amable Mejía es un amigo entrañable desde los comienzos de los años ochenta, generación a la que pertenece, junto a otros notables poetas que…