De su poemario Infancia de la poesía
1
Los muchachos requieren del recuerdo
para hablar hoy de lo mismo que ayer:
del agua, de la boca y de la sed.
De la puerta, de sus sueños, del soñar.
Del sueño del otoño y el otoño de las rosas.
Relaciones que aman, que recurren
donde no llegan ni a puntualizar:
saben que no basta con la intención,
porque el interés es húmedo
y si es personal, descansa en la luna.
Imagen incorrecta es la luz
donde se le espera, donde se le odia.
Mata cuando se quiere que hiera.
Hiere cuando se quiere que mate.
¡Oh, ser muchacho!
Recuerdo de la luz en la luz.
2
En mí tu risa
y mis dudas acerca de la lluvia,
sí a solas nos desnuda
o nos da sed, sed
de interés de primavera.
En cuanto la presencia
no nos delata el silencio.
¡Oh, risa, risas!
La misma boca es causa.
Ir es ola, tiempo.
Creo que llueve
por esta nueva ausencia.
3
Los lunes son sin cuerpos,
primera huella llena de cenizas.
Me gusta imaginármelos en una flor,
en una mujer oscura y distante.
Morder, ay, su agua
y verlos irse delante como una mariposa.
Los lunes son ellos mismos
y nosotros sus horas.
4
Escribe sobre el mar, muchacha.
Delante de tus labios
lo conocido por todos.
En la arena de tu boca,
en el sol o en los palmares
alineados como tus dientes.
Escribe, sobre todo, muchacha,
palabras del mar
y déjame buscar en el crepúsculo
sonriente en tu cuerpo,
o quitar el ímpetu a tu blusa
que ya es lluvia, viento.
5
Existen hoy y siempre
discusiones en mis manos, créelo
ambas quieren tocarte.
Río, flor y luz; los tres,
no alcanzan para cubrir
tú corriente, y yo
toco una luz, es tanta
la luz que emana de ti,
y toco dos, tú luz
y mi sonrisa que ya es tú sombra.
6
Acabo de apadrinar tu recuerdo
con las descendentes líneas de un cuaderno.
Nombres al lado de un siempre adolescente:
el amor de un día observado
por la madurez de un amor presente.
El azul apagado del cielo
como una vela que se apaga y se enciende,
yace este cuaderno, que es
como el amor que se acerca, viento.
7
Del girar de los pedales se forma
la lluvia, del humo los rostros
blancos que se suicidan en los paraguas
azules, en los perros sin rabos.
¿Sabe la niña que su cabellera
es larga, sus pestañas trágicas?
En fin, de la violeta húmeda nace
el olor de una tarde.
De una hoja diré que es naranjo,
va hacia un gozo rojizo inherente.
El puente es el que une
los ruidos, las miradas de los ríos.
El puente une esta casa
con el agua y las luces en esta distancia.
Biografía de Amable Mejía